15 agosto 2007 |
Asunción para la mejor contemplación |
Según la mitología católica, Jesucristo ascendió por sí mismo a los cielos y, en cambio, a la Virgen María bajaron unos ángeles a recogerla. No se le puede pedir más elocuencia al dogma de la Asunción, proclamado en 1950 por Pío XII recogiendo una arraigada tradición cristiana, porque encarna a la perfección el carácter machista del culto mariano. Por supuesto, este machismo no es achacable a la Iglesia en sí, sino al papel subsidiario y pasivo que se ha atribuido secularmente a la mujer en Occidente, en las culturas semíticas e incluso en la hindú, donde al principio femenino, el soma, también se le supone objeto y receptor de las acciones del masculino, el agni. Pero no por ello se ha de soslayar una evidencia que suele pasar desapercibida bajo el fervor que la Virgen suscita entre los católicos. María sólo aparece en los Evangelios en los capítulos que se refieren a la infancia de Jesús y luego al pie de la Cruz, en una dramática escena muy recurrente en la iconografía cristiana pero que algunos estudiosos estiman inverosímil por la escasa probabilidad de que los romanos permitieran tal cercanía a los ajusticiados. Jamás pronuncia una frase relevante, carece de entidad propia como personaje y no se conocen de ella más que rasgos pasivos como su abnegación ante la voluntad de Dios o el sufrimiento que ha de padecer por la suerte de su hijo. Pues bien, pese a la nula información que aportan de María los textos sagrados, la Iglesia la ha acorazado con una nutrida panoplia de atributos infundados que alcanzan su cumbre en la retahíla de piropos de la letanía del rosario: Virgen clemente, espejo de justicia, trono de sabiduría, torre de marfil, casa de oro, arca de la Alianza, estrella de la mañana, salud de los enfermos, refugio de los pecadores… (¿cómo es posible que los fieles reciten todo esto sin preguntarse qué pasaje de las Escrituras les autoriza a hacerlo?). Además, la ha otorgado unas credenciales de intercesora y camino de perfección que su fundador jamás la concedió y a las que ella, una humilde judía sin pretensiones, ni se le pasó por la cabeza aspirar. Curiosamente, la única opción de algún modo personal que se sabe que tomó María, la de ser madre, es la que le ha arrebatado la Iglesia. Revirtiendo la secuencia natural en estos casos, la convirtió en virgen después de haber dejado de serlo, cuando expertos como el profesor Antonio Piñero, invitado habitual del Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Valladolid, atestiguan que los primeros cristianos reservaban la excepcionalidad de la concepción sin mancha al nacimiento de Jesús y que los Evangelios la atribuyen con total naturalidad al menos cuatro hijos y dos hijas más. La Virgen María es para los católicos lo que la mujer en general ha sido para los poetas: un objeto, una coartada, un receptáculo vacío en que volcar sus anhelos y emociones. Una estatua sin voz ni voto elevada a las alturas para su mejor contemplación.
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Referencias y contextualización El 15 de agosto se celebra la festividad de la Asunción. El agni, entre otras cosas, consume soma según la mitología védica. El profesor Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, tiene un interesantísimo blog en Periodista Digital; las menciones de los textos evangélicos a los hermanos de Jesús de Nazaret y los argumentos que refutan la tesis tradicional de la Iglesia, que afirma que se refieren a primos u otro tipo de parientes, se pueden hallar por ejemplo aquí. |
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