2 agosto 2000
El voto número 415
 

No es que me tiente la idea de un analista iluminado refiriéndose a mi región como “Castilla y León, cantera de líderes”, ni que confíe en las bendiciones que nuestros advenedizos enviarán a su tierra desde Madrid. Pero yo esperaba el Congreso del PSOE implorando que el nuevo Gran Vikingo no le volviera a poner los cuernos a la izquierda. Al escuchar al socialiberal elegido, tuve que admitir que parecía un buen tipo; el domingo, una vez nombrada su Ejecutiva, y desde entonces casi con cada una de sus intervenciones, empecé a darme cuenta de que la cosa iba en serio.

Las exégesis periodísticas están virando en esa dirección. No era justo echar en cara a Rodríguez Zapatero el papel de eco anónimo que nuestro sistema de partidos asigna a la mayoría de los diputados. O desdeñar ese “cambio tranquilo”, un concepto muy parecido al que posibilitó el famoso harakiri de las Cortes franquistas en 1976. Tras un encaje de bolillos digno de Suárez, Zapatero ha materializado el sueño dorado y rara vez practicable de todo intento de renovación, personal o colectiva: tener la oportunidad de comenzar otra vez de cero, sin lastres del pasado. Y su estilo es tranquilo; su cambio no.

La izquierda política murió en Praga en 1968, cuando hasta nuestros comunistas se hicieron eurocomunistas . La económica, en 1989. La izquierda social la garantiza el Estado del Bienestar que un sufragio universal jamás se dejaría arrebatar. Hoy todos somos socialdemócratas. La izquierda sólo puede ser cultural. Relativizar los valores relativizables del sistema, hacernos capaces de concebir que las cosas pueden ser de otra manera. Que no todo es economía, que las listas pueden ser abiertas, que Internet permite una participación política más directa del ciudadano, que se puede hacer oposición reconociendo los aciertos del gobierno, que cabría dar a los intelectuales un puesto de referencia en la sociedad, que muchas miserias de la democracia se deben al mismo partidismo rapaz de hace veinte años. Ojalá IU se suba a tiempo al tren e incorpore a la única opción factible de izquierda sus cuestionamientos de la Constitución, la configuración del Estado, la política exterior y la penitenciaria.

Hace tres años, Zapatero, en una entrevista a un diputado cualquiera, decía: “la economía va bien, pero todavía hay muchas desigualdades”. Sin acritud, sin estridencias. ¿Eso es Tercera Vía? Pues a mí me vale.

 

 

Referencias y contextualización

José Luis Rodríguez Zapatero acababa de ser nombrado Secretario General del PSOE con 414 votos en el Congreso Federal, nueve más que José Bono. Nacido en Valladolid, había fraguado su carrera política en León. José María Aznar también había accedido al liderazgo nacional del PP después de ser presidente de la Junta de Castilla y León.

Felipe González se había referido a sí mismo como "el gran vikingo" unos días antes.

En sus primeros días en el cargo, Zapatero defendió el "cambio tranquilo", que no todo era economía en la política, las listas abiertas, la democracia a través de Internet, la oposición leal y la participación de los intelectuales. La prensa le encuadró enseguida en una línea socialiberal cercana a la Tercera Vía del primer ministro británico Tony Blair.

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal