9 agosto 2000 |
Suerte |
Leí con varios días de retraso el soberbio reportaje que Julio Valdeón Blanco dedicó a los sin techo de Valladolid hace dos lunes. Fue del tipo de aldabonazos que cada cierto tiempo me inspiran la idea de que nuestra civilización no es más que un puto bluff bursátil, un valor nominal hinchado artificialmente pero carente de base real. Un incierto entramado de necesidades de consumo ficticias, de agrupaciones nacionales que podían haber sido de cualquier otra manera y daría igual, de patrones de conducta inculcados por los medios, de sentimientos de diseño, de papeles y papeles dedicados a establecer y aplicar las reglas de un juego que nos hemos inventado nosotros. De entelequias como Política, Economía, Literatura, Filosofía, Historia, Matemática, Ciencia..., que la especie más depravada de los especuladores hemos inflado a base de especular sobre ellas como si tuvieran existencia propia, amontonando análisis eruditos, fabricando leyes, teoremas, silogismos, estructuras y críticas formalistas. A veces pienso qué ocurriría si llegara el crack y el gran pánico, y todos empezáramos a vender nuestras participaciones en este castillo de naipes superfluos. Si entonces regresaríamos a la vida pura y dura que despreciamos por superada, la de las pulsiones primarias, la de la lucha por comer y dormir, la de uno solo contra todo el mundo, la de sobrevivirle cada día un pulso inmisericorde y brutal al destino. La palabra que marca el ritmo de la semblanza de Valdeón, la que responde puntualmente a su turno, directa o perifrástica, implacable como el parpadeo rojo del metrónomo, es la palabra suerte. Justo la que nuestra altiva especulación ignora, la que el onanismo de la humanidad triunfante y orgullosa no puede consentir. La que anula la coartada de que cada cuál tiene según sus méritos. Es curioso que la cultura de la razón, que presume de haber eliminado todos los dogmas, se fundamente en la última de las falacias metafísicas: la libertad del individuo. El individuo que se sabe cerebro y no alma, pero pretende un reducto propio no determinado por las leyes de la materia; el que cree que elige, aunque jamás ha podido escoger sus opciones ni la paulatina configuración del yo que decide entre ellas. Un día comprenderemos que el hombre exitoso no es más que una casualidad afortunada. Entonces, la solidaridad dejará de ser bondad y se convertirá en inteligencia.
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Referencias y contextualización Julio Valdeón Blanco es columnista semanal y ocasional reportero en El Mundo-Diario de Valladolid. Sus artículos de opinión aparecen los viernes en la misma columna que los miércoles queda a cargo de Kiko Rosique. |
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