27 agosto 2008 |
La novela de la vida |
Cuando a uno le quedan 48 horas para cambiar de estado civil, su fe en el Azar como único dios verdadero no es suficiente para contrarrestar la tendencia cultural (no natural) que tiene el hombre a representarse la vida como un relato lineal que se dirige a alguna parte. Todos los cambios de fase parecen el cierre de un capítulo, y, aunque el libro tenga menos miramientos con la puntuación que el monólogo final del Ulises, nosotros sentimos que son un momento propicio para interrumpir la lectura y repasar mentalmente con una mezcla de vértigo y fascinación la aparente inexorabilidad con que se ha ido enhebrando el argumento. Al anónimo autor de esta novela se le pueden reprochar muchas cosas, pero desde luego no su incapacidad para sorprender con giros inesperados, de tal forma que las previsiones que el lector alberga al comenzar un episodio no coinciden jamás con la interpretación retrospectiva que se formula al concluirlo. El desengaño, no siempre decepcionante ni mucho menos, se repite en todos los capítulos, pero ello no arredra al voluntarioso lector, que, lejos de reprocharle a la novela su inconexión, sus errores de construcción, su acumulación caprichosa de personajes y escenas carentes de una función en el conjunto, anticipa en cada ocasión una nueva trama sugestiva y achaca la refutación de las anteriores a la falta de experiencia literaria de que adolecía cuando las formuló. En salas de lectura presididas por un ambiente más tenso, los allegados de 23 castellanos y leoneses repasan con desesperación los últimos capítulos de la vida de un familiar o amigo, los que contenían los giros argumentales necesarios para conducirles al fatídico desenlace de Barajas, y otros dos o tres las peripecias inesperadas que en el último momento les impidieron coger el avión. A todos les parecerá inevitable el encabalgamiento de las escenas, el desarrollo de unos acontecimientos que unas páginas antes resultaban imprevisibles, y creerán entrever una trama lineal que reclama a voces un sentido que la justifique. Para su desgracia, el autor anónimo es un escritor de best-sellers, un brillante aunque tramposo muñidor de argumentos alambicados, que introduce dosis de sexo y sangre para que el lector no se aburra pero jamás se preocupa de darles hilo conductor, tesis ni moraleja. Por eso la novela de la vida a veces es una bella comedia romántica y a veces una horrible tragedia, pero siempre una obra maestra del absurdo.
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Referencias y contextualización El 20 de agosto, un avión de Spanair se estrelló al despegar del aeropuerto de Barajas. Fallecieron 154 personas, entre ellas 23 ciudadanos de Castilla y León. Estos días, las páginas de los periódicos se llenaban de los testimonios de los familiares de las víctimas y de algunas personas que iban a coger el avión pero al final no lo hicieron por diversos motivos. |
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