20 agosto 2008 |
Eso no es la crisis |
Llevo unas semanas observando con curiosidad cómo la gente va interiorizando poco a poco la crisis económica. A fuerza de leer y oír datos y términos sombríos, los ciudadanos han hecho suya la idea de que estamos en época de vacas flacas y presuponen que ello tiene que reflejarse de algún modo en su bolsillo. La socialización de la crisis se percibe en los españoles que aseguran haber empezado a notar los efectos en sus propias carnes y en los que han decidido apretarse el cinturón por si acaso y se declaran perplejos de que otros no se priven de caprichos pese a los negros nubarrones que se ciernen. Si uno indaga para concretar cómo afecta la crisis a su interlocutor, éste te mira como si fueras un marciano y te enumera de corrido la subida de los alimentos, la gasolina y las hipotecas. Es lógico que la gente se inquiete por los precios y tome medidas para evitar que le pille el toro, pero conviene aclarar que eso no es lo que llaman crisis. Ésta se inició el verano pasado con los impagos de las hipotecas subprime en EEUU, y de ahí pasó a los bancos que concedían los créditos y a las empresas donde ponen su dinero. En el mundo globalizado, donde cualquiera invierte en cualquier sitio, las consecuencias se han terminado notando en el PIB y las bolsas de todos los estados, que se comportan según el volumen y las perspectivas de negocio de los grandes capitales, los que tienen capacidad de influir en las macrocifras. En España y otros países, ha coincidido el estallido de la burbuja inmobiliaria, que reduce las posibilidades de ganar dinero de esos mismos inversores. El petróleo (y, debido al transporte, los alimentos) y la vivienda llevan mucho más tiempo al alza, pero antes no se hablaba de crisis. La inflación, aunque apriete las clavijas a las familias, no se considera un problema económico grave. Mientras el dinero fluya de unas manos a otras, el crecimiento se mantiene y el sistema no se resiente. Paradójicamente, es ahora cuando los ciudadanos de a pie han incorporado la crisis a su vocabulario, y se sienten amenazados (con el peligro real que ello supone para el consumo) por una coyuntura que, salvo si trabajan en la construcción o para una gran empresa que haya errado sus inversiones, o bien necesitan un préstamo, no tiene por qué empeorar su situación personal. Parece un exceso de altruismo que nos apropiemos de las crisis de los ricos cuando no nos vamos a llevar más que las migajas de las épocas de bonanza.
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Referencias y contextualización Otro artículo de índole económica, simétrico a éste, que matiza la bondad de las épocas de bonanza es "Crecimiento económico y desigualdades". |
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