Joxemari Olarra. PNV a la oposición: ¿hipótesis de trabajo o tal vez más? |
En las tres provincias occidentales y, por reflejo, en toda Euskal Herria nos hemos acostumbrado a un PNV eterno en las poltronas institucionales, como si fuera algo normal, necesario incluso, parte misma del paisaje político de este país Pero conviene preguntarse el porqué. Es verdad que 25 años son muchos y son ya 25 años de lehendakaritza jeltzale. Pero que no nos pase como a quienes van a misa todos los domingos, pero ni se te ocurra preguntarles de qué habla el cura. Para ellos es cuestión de pura rutina. Para los burukides la cuestión política siempre es mucho más concreta. Se renueva con los presupuestos, los contratos, los planes y las facturas de sus tarjetas oro. ¿Cuántos negocios ha hecho el PNV durante estos 25 años? ¿Cuántas personas de su confianza tiene colocadas en puestos clave? ¿Cuántos chalets, pisos de lujo y morenos de invierno dependen directa o indirectamente de las poltronas de este PNV? Sin olvidar los miles de votos que tienen atados y bien atados. No hay tanta diferencia entre un batzoki y un cortijo. Estamos en una nueva fase política. Una oportunidad única se está abriendo camino poco a poco. Y el papel, una vez más, lo aguanta todo. Las palabras más convenientes toman protagonismo y es necesario atender a las demandas del mercado electoral. La prioridad absoluta es la resolución del conflicto, dicen. Lo dicen desde Ajuria Enea y lo repiten desde Sabin Etxea, de vez en cuando. Pero no podemos permitir que la esperanza se alimente sólo de palabras bonitas. En esto también las preguntas, y las respuestas, son y deben ser concretas. ¿Qué ha hecho el PNV por la solución del conflicto durante todos estos años? ¿El PNV instalado en su política de gestión es de verdad «clave» para este país? ¿Sí? ¿Por qué? ¿No ha pactado el PNV siempre que ha podido con PSOE y PP con la cláusula primera ofreciendo tiempo, información, armas y bagajes varios para la liquidación definitiva de la izquierda abertzale? Que se lo pregunten a Atucha, que de eso sí que sabe. ¿Acaso sabe el PNV hacer algo que no sea carreteras por doquier, toneladas de cemento con porcentaje, apoyar a los empresarios y a la beautiful people, enchufar a los suyos, proteger el fraude y cargar cada vez más la fiscalidad sobre las y los trabajadores, entregar mansamente nuestro dinero a España para mantener Guardia Civil, Policía y demás fuerzas de ocupación, doblar la rodilla ante la monarquía y detener ciudadanos vascos para ponerlos en manos de la judicatura especial de Madrid y hacer cumplir así «la ley»? Podría estar escribiendo sobre esto durante días y no terminaría de expresar la dimensión de lo que es y ha sido para este pueblo 25 años de colaboracionismo descarado. Y no estaría haciendo literatura. En este caso la realidad supera con creces el relato, que no ficción. Los antecendentes más lejanos nos muestran el constante esfuerzo del PNV para negar la existencia del conflicto mismo, para ocultarlo bajo el manto de una simple disputa interna entre vascos, eso sí con esa magistral definición de los con- tendientes que se llamó «demócratas contra violentos». Inconmensurable regalo a la estrategia del Plan ZEN, de los GAL y la dispersión asesina, y a la legitimidad internacional de un estado que usa sistemáticamente la tortura. Y si gracias al empeño de la izquierda abertzale se abre una mínima posibilidad de negociación y solución política, se revienta Argel desde Bilbo al son de «paz ahora y para siempre» con Ardanza a la cabeza. Alguien me dirá que de eso hace ya mucho tiempo. Sin embargo la experiencia de los siete últimos años, desde Lizarra-Garazi, debe pesar más que los discursos. Gerry Adams en sus “Memorias políticas” insiste una y otra vez en que la clave para la posibilidad real de superar el conflicto pasaba en todo momento por «proponer una estrategia alternativa capaz de lograr cambios efectivos y sustanciales». Es una exigencia, dice él, para todo aquel que no pretenda hacer del discurso de la paz y la solución del conflicto mero adorno electoral. Fue el Sinn Féin quien asumió esa responsabilidad y fue la izquierda abertzale la que igualmente dio el paso de proponer un estrategia alternativa a la confrontación abierta. El PNV se subió al carro para ralentizar el proceso, vaciarlo de contenido y chantajearnos descaradamente. Gracias también a nuestros errores, jugando con su habilidad con el sufrimiento ajeno, logró rentabilizar electoralmente su sabotaje contra esa posibilidad. 600.000 votos avalaron sus cálculos partidistas. La ilegalización puesta en marcha desde Madrid allanaba el camino. El final de la izquierda abertzale era, por fin, posible. El plan Ibarretxe era el complemento ideal para este viaje. Cuatro años de discurso audaz para no hacer nada. Era suficiente una aparición pública de Aznar, su discurso patriotero, para ofrecer una imagen abertzale, estadista, de Ibarretxe. Un 11 de marzo cambió el guión establecido. Se acababa el plazo y el plan había que llevarlo al Parlamento, qué remedio. Eso sí, iba a ser que no. Los cálculos en Sabin Etxea encajaban otra vez. Sale que no. Le echamos otra vez la culpa a la izquierda abertzale, adelantamos las elecciones, hacemos la campaña victimista de que todo dios tiene responsabilidades menos nosotros y mayoría absoluta gracias a esa ilegalización tan condenable en ETB, pero tan bienvenida en realidad. Esta era su apuesta para el 2005, esta vez el órdago era a mayor: conseguir la defunción de Ba- tasuna en plan democrático, jugando con las cartas regalo del pacto PP-PSOE. Mirando a los hechos, ¿quién ha hecho más contra la izquierda abertzale? Ha cambiado radicalmente el discurso. Es verdad. Los resultados del 17 de abril han obligado al PNV a resituar su apuesta en plazos y con otros mimbres. Pero siguen jugando como si les debiéramos algo, como si reunirse con Arnaldo y Pernando fuera un mérito que debiéramos pagar con un cheque en blanco. ¿Qué le debemos al PNV? Mejor no lo escribo. La prioridad absoluta de la izquierda abertzale es la solución del conflicto. No es sólo una aspiración, un discurso carente de estrategia y metodología. Es una apuesta madura. La solución pasa por el reconocimiento de Euskal Herria y su derecho a decidir su futuro. Pasa por un proceso sin exclusiones, ni políticas ni territoriales. ¿Quién puede hacer más por esto, hoy? ¿Un PNV en la oposición o un PNV que mantiene su gestión intacta? ¿Hay alguna diferencia notable mirando a esa prioridad? Son preguntas que exigen respuesta más allá de la literatura, y que enlazan con otra: ¿Quién haría más en este recorrido, el que mendiga con Madrid o quien dispone de línea directa con el Gobierno español? El problema comienza cuando, antes de responder a estas cuestiones, nos acordamos de la capacidad del PNV para el chantaje. Todos nos imaginamos su primera reacción en un escenario que no dé por intocable la lehendakaritza jeltzale. Sus amenazas en el asunto de Atucha como presidente de la mesa del Parlamento ya nos anuncian la tormenta. ¿O acaso alguien confía en que el PNV mantendrá ese discurso de que lo primordial es la paz y la resolución del conflicto si la gestión autonómica no está en sus manos? En la experiencia de Lizarra ya vimos cómo leyó el PNV los resultados de EH en otoño del 98. Los intereses del partido por encima de todo. La propuesta de la izquierda abertzale para una estrategia compartida alternativa era demasiado peligrosa. La prioridad era mantener por- centaje de gestión, control de presupuestos, nada de literatura. Si en Lizarra, con Arzalluz y Egibar al timón, hicieron lo que hicieron, hoy, con Josu Jon-Urkullu y sin Arzalluz, ¿qué es lo que harían o no harían con tal de justificar su anclaje endémico en la autonomía particionista? La coalición con EA, no lo olvidemos, fue la fórmula que permitió y permite al PNV controlar a su socio y capitalizar una super representación política e institucional. Pero el PNV pinta lo que pinta. Son 22 escaños en Gasteiz, no más. El resto son palabras y maneras venidas a menos que no pueden ni deben perdurar. Tengo que reconocer que esa capacidad de chantaje ha influido en la izquierda abertzale y que más de una vez hemos estado condicionados a la hora de decidir por un complejo de dependencia respecto al PNV. ¿Se le habrá acabado a la izquierda abertzale ese complejo? ¿Seremos capaces de valorar en serio lo que ha supuesto en estos últimos años hacer frente a la ilegalización y marcar la agenda política de este país? Repito que esto es sólo empezar a pensar una hipótesis de trabajo, abrir las preguntas a una reflexión en profundidad pero sin adelantar las respuestas. No hay mayor enemigo político en este momento que el conserva- durismo en todas sus facetas. Ese aferrarse a lo ya conocido por miedo a lo por venir. No abrir la ventana de par en par al pensamiento libre. Utilizar el discurso de una apuesta por la paz y la solución justa y duradera al conflicto como arma de interés partidista no es serio ni honrado. Pero reconozcámoslo. El PNV, utilizando el discurso de la izquierda abertzale, consiguió vender humo en el 2001. Ahora la diferencia es evidente. Josu Jon, tú pintas lo que tú y yo sabemos, pero la izquierda abertzale ha construido un escenario donde tiene la llave y tal vez también la cerradura. Pero no sólo eso. Tenemos la determinación de abrir definitivamente una nueva etapa y también la honradez y la humildad suficientes para no utilizar esa llave ni para intereses partidistas ni contra nadie. Estábamos y seguimos estando dispuestos a hablar con todos y sin condiciones previas para nadie. Pero eso incluye que todas las hipótesis son posibles, al menos como hipótesis de trabajo. Que ningún vértice se crea el centro del triángulo. Y que nadie confunda nuestro sentido de la responsabilidad con dependencia alguna. Y esto es sólo una hipótesis. O no.
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Referencias y contextualización Este artículo, citado en "Algo tiene que ver", fue publicado en el periódico abertzale Gara el 17 de mayo de 2006. |