8 septiembre 2004
Un mendigo en el Senado
 

Por lo general, el azar tiene un gusto estético pésimo. Nos achanta las ilusiones que fabulamos, nos desvía los sentidos que columbramos, nos descabala las cábalas que, guiados por la voluntad poética que vemos en las novelas y las películas, hacemos sobre el porvenir atribuyéndole una trama coherente y bella. Casi siempre, Murphy impone su ley, sucede lo que no tenía que suceder, el panorama de nuestra vida se extiende ante nuestros ojos desigual e informe, y nos tenemos que meter en el cine para evadirnos hacia, por fin, una historia bien construida.

Sin embargo, en alguna ocasión excepcional, sin saber cómo ni por qué, el azar se desmarca con una cristalización perfecta, nos arroja a la cara una fugaz conjunción de astros y circunstancias, y por un momento nos preguntamos si será verdad aquello que decía Einstein de que Murphy no juega a los dados con el Universo.

Un ejemplo es ese mendigo del que, en los inicios del nuevo curso político, hemos sabido que ideó la novatada de mandar a la poli a detenerle a la sede del Senado,  cuando en realidad vivía en Valladolid. Dados los tiempos que corren, la imagen de un indigente castellano pidiendo en el Senado parpadea tan poderosa como aquella ocurrencia de Stephen Dedalus en el Ulises cuando contempla el espejo agrietado de una criada y ve en él la mejor metáfora del arte irlandés.

Los catalanes recibieron con reservas el derecho de veto de las autonomías en la reformulada Cámara Alta, porque eso volvería a ser “café para todos”. También acariciaron el sueño de negociar los Presupuestos de igual a igual con el Gobierno. La Generalitat ya se autodefinió en una ocasión como Estado, así que la siguiente vuelta de tuerca de los historiadores de allende el Ebro será rebautizar el Reino de España como la Confederación catalano-española. Los senadores castellanoleoneses, a la defensiva, tendrán que mendigar la caridad de sus semejantes en el Gobierno, y confiar en que no hayan olvidado que fueron cocineros antes que advenedizos.

Sería delicioso que Zapatero pudiera estar eternamente tejiendo y destejiendo para despistar a los nacionalistas, o que el mendigo se despojara un día del disfraz y cosiera a flechazos a los pretendientes usurpadores, pero eso es una fábula demasiado hermosa para ser cierta y, además, ahora que releo la noticia descubro que Murphy ha querido que el indigente fuera canario y no castellano. Me voy al cine.

 

Referencias y contextualización

La semana anterior había comenzado por fin en Valladolid el jucio contra un mendigo acusado de robo con violencia sobre las cosas. La vista debería haber comenzado en junio, pero el encausado puso la dirección del Senado en Madrid en lugar de la suya, y cuando los agentes de policía procedieron a detenerle no le encontraron.

Nada más comenzar el nuevo curso político, el primero bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente del Senado, el socialista Javier Rojo, anunció que las comunidades autónomas tendrían la posibilidad de vetar en la Cámara Alta cualquier proyecto de ley aprobado en el Congreso que perjudicara sus intereses. El portavoz de CiU en el Senado, Pere Macias, comentó que la propuesta le parecía positiva, pero que "volvía a sonar a café para todos", en alusión a la expresión con que se bautizó el Estado autonómico por diluir en un cuasifederalismo los privilegios reclamados por las autodenominadas nacionalidades históricas: Cataluña, País Vasco y Galicia. Además, el primer secretario del PSC y ministro de Industria del Gabinete de Zapatero, José Montilla, aventuró la posibilidad de que la Generalitat dialogara bilateralmente con el Gobierno central para consensuar algunos aspectos de los Presupuestos Generales del Estado antes de su votación en Cortes. El presidente de Cataluña, el socialista Joan Maragall, había afirmado unos meses antes que la Generalitat era ya un Estado y actuaba como tal. A partir de los años 90, los historiadores de tendencia catalanista más o menos acusada habían empezado a llamar "Confederación catalano-aragonesa" a la entidad política conocida tradicionalmente como la Corona de Aragón; sin embargo, los autores contrarios a esta nueva denominación suelen alegar que, aunque la estructura de la Corona de Aragón podría asimilarse a lo que modernamente se entiende por confederación, la inexistencia de este término y este concepto en la Edad Media convierten su utilización en un anacronismo.

Las leyes de Murphy son una serie de máximas ingeniosas que se han llegado a convertir en un clásico del acervo de la cultura popular de finales del siglo XX  y comienzos del XXI, y se caracterizan por presumir irónicamente la mayor fatalidad posible en los caprichos del azar. La máxima general que resume el espíritu de las leyes de Murphy sería: "Si algo puede salir mal, saldrá mal".

La frase real de Albert Einstein era "Dios no juega a los dados con el Universo", y con ella sugería su convicción de que ha de haber una ley física que explique mecánicamente todos los fenómenos que suceden en el mundo, aunque todavía no se haya descubierto. Salía así al paso de las consecuencias de la mecánica cuántica,  la teoría del átomo de Nils Böhr y el principio de indeterminación de Heisemberg, que reconocen un espacio de aleatoriedad que escapa a toda explicación matemática.

Cuando Ulises regresa a Ítaca al final de la Odisea, se disfraza de mendigo para evitar ser reconocido antes de tiempo por los pretendientes que, convencidos de su muerte a la vuelta de la Guerra de Troya, están esperando el momento de casarse con su mujer, Penélope, y heredar su trono. Penélope ha ido demorando indefinidamente la solución al problema sucesorio porque, convencida de que Ulises aún está vivo y regresará algún día, ha asegurado a los pretendientes que se casará cuando termine de tejer un manto para su boda, y se dedica a destejer por la noche lo que ha tejido durante el día.  

 

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