5 septiembre 2004 |
A despecho del señor feudal |
Hace falta ser muy pretencioso o muy ingenuo para decirle a alguien en la situación de Ramón Sampedro (o en otras muchas menos extremas) que la vida es un regalo. Que hay que seguir adelante, que la esperanza es lo último que se pierde, que siempre existe un motivo por el que luchar. Las palmaditas en la espalda sólo exigen un segundo de implicación, pero el día a día de la enfermedad es lúgubre, irritante, despersonalizador; carece de la belleza trágica que la tradición literaria nos induce a proyectar sobre ciertos tipos de dolor puntual. No hay épica en la rutina, ni heroísmo en la impotencia, ni gloria mártir en la inanición. Suena bastante atrevido eso de llamar cobardía a la decisión de quien sopesa pros y contras y le sale que no; pero, aunque lo fuera, el hombre no tiene la menor obligación de ser valiente, ni de sacar fuerzas de ningún sitio, ni de cumplir con un ente metafísico llamado vida al que ciertos colectivos parecen creer que hay que rendir pleitesía. Por supuesto, es la careta laica de la reverencia debida a Dios: cuando los pro-vida rechazan “todo lo que no sea una muerte natural”, lo hacen porque no se debe interferir en la voluntad divina. Y es que, por mucho que recurra al latiguillo cuando trata de desautorizar la clonación terapéutica o la selección genética, para la Iglesia el hombre nunca ha sido “un fin en sí mismo”, sino una pieza de ajedrez en el supuesto plan del Señor. Ya puede uno sentirse postrado y humillado por la vejez o la enfermedad, que su dignidad humana quedará magníficamente realzada si tiene el detalle de dejarlo todo a expensas del azar y se limita a cargar con su cruz. El suicidio está reconocido por la OMS como una de las tres principales causas de mortalidad en el mundo. Cada medio minuto una persona se quita la vida y cada tres segundos otra lo intenta. Sería razonable catalogar como una demanda social en toda regla una práctica a la que recurren diez millones de congéneres al año, aliviando en lo posible sus elementos traumáticos o dolorosos y facilitándosela a quienes, como Ramón Sampedro, no puedan ejecutarla por sí mismos. Dar a todo aquél que lo solicite la opción de apearse sin dramatismos ni alharacas, sin tajos en las venas ni tiros en la sien, como quien devuelve un billete de tren equivocado o descambia unos zapatos que han resultado quedarle pequeños. Pero se nos siguen soliviantando los escrúpulos cada vez que estamos en disposición de transformar las claves de la existencia. Siempre tan orgullosos de nuestra insignificancia. 20 siglos de cristianismo han contagiado a creyentes y no creyentes el síndrome de Frankenstein. El PP dice que los cuidados paliativos le parecen “una alternativa mucho más efectiva”. Vamos, que sólo el dolor físico justifica el deseo de desaparecer del mapa y, una vez mitigado aquél, el enfermo está obligado a seguir pasando diariamente por caja en este valle de lágrimas. Incurre así, de nuevo, en esas servidumbres suyas que le apartan del centro reformista, y también en una incoherencia teórica. No se puede ser a la vez liberal y conservador, porque los esquemas mentales que gobiernan una y otra tendencia son opuestos e incompatibles. El liberal antepone al individuo y lo rescata de la inercia de los dogmas ideológicos, el conservador lo obliga a pasar por el aro de los valores que la religión y la bandera nos han enseñado a dar por supuestos. El Gobierno, por su parte, no se propone abordar el tema a corto plazo. No quiere tensar más la cuerda con la Iglesia. Pero es que no hay consenso posible entre religión y laicismo; también aquí una opción descarta la otra. Y los únicos reparos que se le pueden poner a la eutanasia, como al aborto, las células madre o el matrimonio gay, enraizan en una doctrina cuyos preceptos tienen tanta base real como los de no casarse en martes y trece ni pasar por debajo de una escalera. Pues sí; aunque parezca mentira, esa doctrina se ha bastado para que los Estados modernos rechacen una nimiedad tan inofensiva para la sociedad y el sistema como que un individuo disponga de su vida. Sólo en el caso de que ésta no fuera propiedad suya, sino un bien entregado temporalmente en usufructo como la tierra a los campesinos medievales, alguien saldría perjudicado con la eutanasia: naturalmente, el señor feudal. |
Referencias y contextualización Este artículo no fue redactado para la sección "Hoy miércoles" de Diario de Valladolid y El Mundo de Castilla y León, sino para el "Debate en la Red" de la edición nacional de El Mundo correspondiente al domingo 5 de septiembre. El Debate en la Red es una pregunta sobre algún tema controvertido de la actualidad que El Mundo plantea en su portal de Internet, elmundo.es, los jueves por la tarde y a la que se puede responder sí o no hasta el sábado al mediodía. En la edición impresa del domingo, El Mundo publica los resultados de la encuesta, un artículo que defiende la opción del sí y otro que sostiene la del no. En este caso, la pregunta fue "¿Se debe permitir la eutanasia en casos como el de Ramón Sampedro?", y Kiko Rosique se encargó de la defensa de la respuesta afirmativa. Ramón Sampedro era un tetrapléjico gallego que, después de permanecer 30 años sin apenas poder moverse en una cama, solicitó el derecho a que alguien le ayudara a morir sin que tuviera que ser procesado por delito. Debido a las sucesivas derrotas en los tribunales, Sampedro se convirtió en paladín y símbolo del llamado derecho a una muerte digna. Su recuerdo acababa de reavivarse por el estreno de la película Mar adentro, de Alejandro Amenábar y con Javier Bardem en el papel de Sampedro, que terminaría obteniendo el León del Plata, el Premio del Público y el Premio al Mejor Actor en el Festival de Venecia y, en marzo de 2005, el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. "Reflujo mar adentro" es una réplica a algunos de los argumentos con los que, desde unas premisas más racionales, criticaron a Ramón Sampedro Javier Romanach, miembro del Foro de Vida Independiente, y Lenín Molina, presidente de la Red Iberoamericana de Organizaciones No Gubernamentales de Personas con Discapacidad y sus Familiares. |
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