30 abril 2008 |
1808: el mito de todos |
Todas las construcciones nacionales necesitan de hitos históricos heroicos, a ser posible aliñados con un buen chorro de sangre, en los que resplandezca nítido y glorioso el espíritu del pueblo. Como la Historia es fecunda en acontecimientos dispares, las interpretaciones a posteriori seleccionan los que parecen justificarlas e ignoran, desautorizan o minimizan los que la contravienen. Lo curioso de la llamada Guerra de la Independencia, que no independizó a España de nadie, es que ha sido escogida como mito ejemplar con igual entusiasmo por las dos grandes definiciones ideológicas de la esencia española: la liberal y la nacionalcatólica. Si la Historia es como una puta, que siempre tiene un ratito para todo el mundo, lo de esta contienda, que se lo monta con dos a la vez, y encima enemigos declarados, supera todos los límites de la promiscuidad y la desvergonzonería. A los liberales, la ausencia de la autoridad monárquica entre 1808 y 1814 les puso en bandeja proclamar que la nación existía y era soberana al margen de los reyes, y que el rasgo esencial del pueblo español consistía en el celo con que defendía su libertad, ya atestiguado en Sagunto y Numancia; luego, la Constitución de 1812 les llevó a repensar la guerra como nuestra Revolución Francesa particular, y revestida de tan alto honor ha llegado a los debates historiográficos de nuestro tiempo. Pero para instaurar el nuevo régimen habría sido más rápido y sensato tomarlo directamente de Napoleón, que se sentía tan por encima del liberalismo que no tuvo problema en expandirlo por toda Europa. De esa forma, los ideólogos de Cádiz no se habrían visto en el brete de tener que plagiar a sus ex colegas afrancesados y más tarde en el disgusto de comprobar que el pueblo ya no se levantaba por su libertad en 1823, cuando las tropas galas volvieron a invadirnos para restaurar lo contrario de lo que traían en 1808. La razón parece asistir a los conservadores cuando afirman que los españoles, espoleados por un clero que obviamente ya no quiso movilizarlos contra los Cien Mil Hijos de San Luis, se alzaron en realidad para defender su tradición del racionalismo liberal y ateo importado del extranjero. Sólo que, dejando al margen que todas las batallas importantes excepto Bailén las protagonizaron otros forasteros, los ingleses, la identificación entre nación y catolicismo es muy posterior. Por más que esta interpretación quiera ver la Guerra de la Independencia como demostración de la esencia católica de España, ambos estandartes no fueron unidos hasta finales de siglo. Los levantamientos tradicionalistas de 1808 fueron locales, descoordinados y en nombre, sí, del rey y la religión, pero no de la nación española. Su heredero directo, el carlismo, se aliaría pronto con los defensores de los fueros para combatir la construcción nacional de la España moderna que, con muchas dificultades, terminaron llevando a cabo los liberales asentados en el Gobierno de Madrid.
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Referencias y contextualización El 2 de mayo se cumplían 200 años del célebre y sangriento levantamiento de los madrileños contra las tropas napoleónicas, en un episodio que se considera el pistoletazo de salida de la Guerra de la Independencia. En 1823, otro ejército francés, los llamados "Cien Mil Hijos de San Luis", invadiría España para poner fin al Trienio Liberal y devolver el trono a Fernando VII. Otro artículo sobre la Guerra de la Independencia es "Parábola de El Empecinado". |
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