7 mayo 2008
Parábola de El Empecinado
 

Por aquel tiempo de mayo de 1808, Juan Martín Díez ya llevaba unos meses combatiendo a las tropas napoleónicas y reclutando voluntarios de pueblo en pueblo al grito de “¡Vivan el rey Fernando y la religión católica y mueran los franceses!”. El “¡Viva España!” no se estilaba todavía.

En realidad, defender la independencia de la nación no figuraba entre los parámetros mentales de El Empecinado. Y no ya porque Napoleón no tuviera la menor intención de anexionar España y sólo quisiera asegurarse un aliado fiel contra Inglaterra. Es que el concepto nación lo acababan de inventar los propios franceses cuando en 1793 luchó contra ellos por primera vez, imbuido por el mismo espíritu de cruzada que ahora, y a él, como al resto de los españoles tradicionalistas, le parecía un peligroso extranjerismo ilustrado que amenazaba la autoridad del rey y la tradición católica.

Cuando en 1808 volvió a tomar las armas, aún quedaban semanas para el levantamiento de Madrid y dos o tres más para que se conociera que la Familia Real había abdicado en Bayona. Pero desde la guerra anterior había desarrollado un profundo odio a los franceses, y, como pronto les ocurriría a los madrileños, no soportaba la altanería con que se habían instalado en Castilla ante el beneplácito paradójicamente unánime del rey y su valido y el Príncipe de Asturias, que pretendían atraérseles en su lucha intestina por el poder. Dicen que le echó al monte un suceso puntual y fortuito como la violación de una muchacha a manos de un soldado galo. A Madrid le pasaría lo mismo con el infante Francisco de Paula.

Tras un sinfín de peripecias en las que estuvo dispuesto a sacrificar a su madre, llegó la victoria militar. Sin embargo, en el ínterin descubrió que las ideas que habían importado los ministros de José I no eran tan demoníacas como creía, y que incluso las habían adoptado las Cortes de Cádiz. Cuando vio que su deseado Fernando VII las condenaba a la hoguera, comprendió, como todos los liberales, que luchar por la libertad y la nación no siempre significa defender al compatriota frente al extranjero.

En 1823 él fue consecuente con su hallazgo, pero entonces, sin un clero que predicara la cruzada, ya no hubo un pueblo orgulloso e insobornable que se alzara contra la invasión francesa. Camino del patíbulo, El Empecinado se preguntaba si, aunque menos heroico, no habría sido más rentable dejar que Napoleón trajera los valores revolucionarios igual que al resto de Europa y confiar en que sobrevivieran a la Restauración absolutista. No le dio tiempo a ver cómo embellecen las cosas en manos de los historiadores, pero su nombre de guerra pasó de significar “embadurnado de fango” a caracterizar a los hombres tenaces.

 

 

Referencias y contextualización

Juan Martín Díez fue uno de los más importantes guerrilleros españoles de la Guerra de la Independencia. Nació en 1775 en Castrillo de Duero (Valladolid), un pueblo a cuyos habitantes se llamaba "empecinados" por la pecina que recubría el arroyo Botijas, que lo atravesaba. Antes de en la Guerra de la Independencia, participó en la de la Convención Francesa (1793). A la vuelta de Fernando VII, el rey al que se llamó "El Deseado", se opuso a su absolutismo y en 1820 y 1823 luchó en favor de los liberales, pero fue capturado y ejecutado en 1825. Otro artículo sobre la Guerra de la Independencia, cuyo segundo centenario se estaba conmemorando, es "1808: el mito de todos".

 

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