13 septiembre 2006
Acoso y gregarismo
 

 

Como bien señalaba a nuestro periódico el padre de la niña agredida en Burgos, cuyas declaraciones hasta la fecha han sido una demostración de perspicacia y sensatez, lo más inquietante de este suceso no ha sido el ataque en sí, ni siquiera el que se perpetrara con piedras. Lo que ha generado desconcierto, alarma y quizá un puntito de morbo en la prensa y la opinión pública es el número de agresores y que todos ellos intervinieran en solidaridad con una chica, para colmo ex amiga íntima de la víctima. Aunque sea muy creíble la versión de ésta de que sólo hubo un puñado de verdaderos agresores y un montón de mirones, ello no varía en absoluto la sensación de linchamiento que percibieron los testigos y que debió de latir en las incipientes hormonas de sus protagonistas.

Lo inquietante es, en definitiva, el gregarismo. El que una treintena de púberes hicieran suya una causa que no les concernía personalmente y se lanzaran a una venganza tan desmedida en un éxtasis de pertenencia al grupo y lealtad ciega a la compañera. Y es que un niño, por sí solo, no acosa a otro; le puede pegar un día, pero no acosar. En todos los casos de bullying es necesario un corifeo que, sin pararse a pensar detenidamente qué pinta allí, amedrente y jalee, escenifique y a la vez admire una determinada relación de poder.

Precisamente por eso, no tiene sentido suponer que lo del Diego de Siloé es un síntoma de los tiempos que corren. Que se debe a la mala calidad de la enseñanza, como insinuó la Concapa llevando la pelota a su terreno en una relación que no se creen ni ellos, o a los cambios sociales, según aprecia la Ceapa. Tampoco a las películas y videojuegos que se regodean en la violencia, decisivas en otro tipo de agresiones sádicas, pero no en ésta en la que ha habido camaradería y marginación, no ensañamiento.

Gregarismo lo ha habido siempre, y en consecuencia acoso también, porque a esas edades hay poco raciocinio, menos conciencia de la propia autonomía y mucha necesidad de pertenencia a un grupo. Por eso, no sé si biológicamente será factible adelantar la madurez, pero quienes confían en la asignatura de Ciudadanía para erradicar el problema no deberían preocuparse tanto por inculcar en los niños valores democráticos o morales cuya teoría conocen de sobra, sino, en todo caso, por enseñarles a apreciar desde pequeños el privilegio de ser un individuo con criterio particular.

 

 

 

Referencias y contextualización

El 4 de septiembre, una niña de 13 años del Instituto Diego de Siloé, de Burgos, fue agredida por 30 compañeros de clase y centro, que le pegaron patadas y le arrojaron piedras. Los agresores actuaron en nombre de otra compañera de la víctima, hasta hace no mucho tiempo una de sus mejores amigas pero con quien se había peleado. El padre de la menor declaró el viernes 8 a El Mundo de Castilla y León que lo grave no había sido la pelea en sí, que era una cosa de chicos, sino el que una sola persona hubiera arrastrado a tanta gente. La supuesta cabecilla dijo a La Razón que sólo había habido tres agresores reales, y que el resto se habían limitado a mirar.

La Asociación de padres católicos, la Concapa, comentó que el incremento en la violencia escolar se relacionaba con la baja calidad de la enseñanza, su gran caballo de batalla contra el Gobierno socialista que había aprobado la LOE. La de los padres laicos, la Ceapa, interpretó en cambio que estos episodios se deben a los cambios sociales que se habían experimentado en los últimos tiempos. Otros (incluido el padre de la víctima) culpaban a la televisión y los videojuegos violentos, mientras desde la izquierda se confiaba en la nueva y denostada asignatura de Educación para la Ciudadanía para resolver el problema.

 

 

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