6 septiembre 2006
Si ese tiro hubiera entrado
 

Si aquel tiro del alero argentino Andrés Nocioni en la última jugada de la semifinal del Mundial de baloncesto hubiera entrado, a los jugadores de la selección no se les habría recibido como unos héroes, ni se les estaría ensalzando como el ejemplo a seguir, la encarnación de un espíritu nuevo y casi hasta la tabla de salvación del patriotismo español. La sensación de “esta vez sí” que se vertió en la prensa desde los partidos de preparación del torneo habría quedado, como en muchas otras ocasiones, sepultada y olvidada bajo la pesadumbre fatalista y un puñado de audaces teorías del fracaso como constante histórica.

Si ese tiro hubiera entrado, ahora muchos tertulianos de radio, columna o cafetería verían confirmadas sus sospechas de que los jugadores españoles no tienen carácter ganador y no rinden en las grandes citas. Como mucho, se sentirían obligados a justificar un reduccionismo tan simplista, y en ese caso fundamentarían este vínculo fabuloso entre las sucesivas generaciones de baloncestistas en elementos épicos como “el peso de la Historia” o la personalidad que imprime llevar una determinada camiseta. Tratarían de soslayar, eso sí, que la selección italiana, epítome del espíritu competitivo y el orgullo en una cancha, quedó eliminada porque dos jugadores fallaron cinco tiros libres consecutivos con el reloj a cero.

Otros analistas preferirían explicaciones más mundanas y recordarían que en los clubes españoles llevan la batuta los fichajes extranjeros, lo que incapacita a los nacionales para tomar responsabilidades cuando llegan a la selección. O quizá argumentarían que en nuestro país la temporada es muy dura, o que la prensa presiona demasiado, o que los jugadores cobran tanto que son poco proclives a sacrificios veraniegos. Los más patriotas estarían alegando que claro, aquí los ciudadanos no sienten la bandera y no hacen piña en torno al combinado nacional, a diferencia de otros países en los que “la selección lo es todo”. Supongo que estos exégetas habrían preferido fijarse en la hinchada griega que en la brasileña, aunque Grecia ni siquiera se clasificó para los dos mundiales anteriores.

Si ese tiro hubiera entrado, las sesudas reflexiones que estaríamos escuchando estos días serían igual de sesudas que las que oímos, pero serían otras muy distintas. Del mismo modo que habrían sido otras si, por ejemplo, Puyol hubiera visto que el balón llegaba mansamente a Pablo García y se hubiera ahorrado la falta innecesaria a Henry que dio lugar al segundo gol de Francia en el Mundial de fútbol.

 

 

Referencias y contextualización

La selección española de baloncesto se proclamó el domingo 3 campeona del mundo tras derrotar a Grecia en la final. A ésta había llegado tras vencer en semifinales a Argentina por un solo punto, y tras fallar el alero Andrés Nocioni un tiro exterior en la última jugada del partido que, si hubiera entrado, habría dado un vuelco al resultado. Los medios de comunicación inmediatamente comenzaron a cubrir de elogios al equipo que había transformado una constante histórica según la cual España, aunque partiera casi siempre como favorita en fútbol y baloncesto, caía siempre eliminada en octavos o cuartos de final.

Tal sucedió con la selección de fútbol en el último Mundial de Alemania, donde cayó eliminada por Francia por tres goles a uno. El segundo, el que decidió el encuentro, llegó tras una falta innecesaria de Carles Puyol sobre Thierry Henry. Durante esta semana, se hicieron inevitables las comparaciones entre el éxito de la selección de baloncesto y el nuevo fracaso de la de fútbol.

 

 

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