18 febrero 2004 |
A los que nos llaman nazis |
A los que nos llaman nazis por defender la clonación terapéutica, habría que decirles que los nazis utilizaban a seres humanos y nosotros no pensamos que los embriones lo sean, luego la acusación no procede. Y a los que califican solemnemente el tema como una cuestión de conciencia, avisarles de que la moral no pinta nada si se basa en creencias y prejuicios heredados que no son verdad. A los que disfrazan de prudencia su cerrazón y su ignorancia habría que explicarles que ya sabemos cómo es un embrión, y que el único debate pertinente, si es una persona o no, no va a cambiar por mucho que se demore mientras se pudren millones de enfermos. Y a los que, en ese debate, dan su tesis por supuesta, reclamarles siquiera un argumento, porque la prueba corresponde a quien afirma, no a quien niega, en este caso la naturaleza humana de los embriones. A los que aprendieron en la escuela que la materia está siempre transformándose, descomponiendo unos cuerpos y creando otros, habría que recordarles que el proceso que va del embrión al hombre vivo, al cadáver y a la tierra es sólo un ejemplo más. Y a los que, aun así, conceden a los embriones naturaleza humana, exigirles que alimenten y cuiden, como garantes y conservadores de la misma, a los gusanos de todos los cementerios del mundo. A los que piensan en los embriones como bebés en pequeñito que sangran y lloran, habría que enseñarles que, sin cerebro ni sistema nervioso, no pueden pensar, sentir ni tener ninguna vivencia de las que consideramos humanas. Y a los que prefieren alternativas médicas mucho menos eficaces como las células madre adultas, hacerles ver que el atentado que comete ésta es infinitamente menor que matar una hormiga o una cobaya (que sí sufren), y que el verdadero delito sería no aprovechar la utilidad de un ser similar a la ameba o el paramecio. A los que creen que eliminando un embrión se impide nacer a alguien, habría que advertirles que esa frase es una trampa lingüística, porque antes de nacer no hay ningún alguien a quien se le quite nada. Y a los que supongan una sala de espera de almas que aguardan a la próxima fecundación que se produzca en el mundo para meterse dentro, excomulgarles por no acatar la independencia de alma y cuerpo y sospechar que Dios es un inepto que no puede saltarse la mecánica si se destruye un embrión. A los que afirman que un embrión es ya un ser genéticamente constituido, habría que darles la razón, pero advertirles que, según esa lógica, un espermatozoide o un óvulo son cuantitativamente la mitad y cualitativamente lo mismo, por lo que no debería bajarles de categoría respecto a aquél un hecho casual y fortuito como el de la fecundación. Y a los que denuncian que con cada aborto se está dilapidando un potencial individuo irrepetible, obligarles a recolectar y fusionar en laboratorio todas las células reproductoras masculinas y femeninas que se desperdician en el planeta en inútiles menstruaciones, poluciones, masturbaciones, monasterios y conventos. A los que se erigen en paladines de la dignidad humana habría que preguntarles qué pasa con la única dignidad real, la de las personas reales, la que es agujereada día a día por el dolor, el deterioro, la dependencia, la pérdida de facultades, la muerte. Y a todos los aludidos arriba, pedirles que por favor no nos vengan con cuentos.
|
Referencias y contextualización El 12 de febrero, científicos de la Universidad de Seúl anunciaron que habían logrado por primera vez en la Historia la clonación de un embrión humano, del que procederían a extraer sus células madre para, a través de un tratamiento en el laboratorio, hacerlas evolucionar hacia cualquier tipo de tejido del cuerpo humano. Como ya era costumbre, desde sectores eclesiásticos y políticamente conservadores se replicó que utilizar a un ser humano para perfeccionar físicamente a otro era la misma práctica que pretendieron hacer los nazis con los judíos.
|
|