13 octubre 2004
Asesino con permiso
 

 

Fue la demoledora dilogía con la que El Periódico de Catalunya tituló su editorial del día 7, una vez conocido el currículum del sospechoso del doble asesinato de L’ Hospitalet. Se abrió pues, por sí sola, la reflexión sobre la conveniencia de conceder beneficios penitenciarios a los convictos de delitos sexuales que sugirió acometer López Aguilar. Uno ya no sabe si esta moda de dar la salida para que la sociedad, como un solo hombre, empiece a meditar sobre ciertos temas, es cosa de los ministros o de los periodistas, que les preguntan: “¿Cree que habría que reflexionar sobre tal asunto?”, y, claro, el interpelado responde que sí, y al día siguiente leemos publicado: “El ministro invita a reflexionar…”. Pero, sea como sea, la polémica está planteada, los psiquiatras afirman que los psicópatas sexuales son reincidentes aunque su conducta sugiera lo contrario y, cuando todos nos hemos quedado tan helados como los vecinos de Noceda y Toral de los Guzmanes, resulta intempestivo que la consellera Montserrat Tura rechace considerar el tema “en caliente”.

El único momento en que los que no conocimos a las víctimas nos aproximaremos algo al sufrimiento que acompañará siempre a los que sí es en caliente. Después, cualquier suceso se convierte en un pasatiempo para intelectuales titulado “Descubra la causa”. Y, personalmente, no me convencen términos tan caprichosos como culpa, sobre todo si Luis Borrás nos cuenta que una cierta configuración del lóbulo frontal del cerebro debilita el control sobre los instintos sexuales, y nosotros comprobamos algo similar en los enfermos de síndrome de Down o cuando nos pasamos de alcohol. Hablar de libertad en un órgano que se alimenta exclusivamente de reacciones químicas y estímulos eléctricos es un absurdo, y el sadismo, por su parte, es un rasgo intrínseco a la sexualidad humana que, en dosis controladas e inofensivas, está presente hasta en las relaciones de pareja más inhibidas.

Sin embargo, mucho más acá de la causa, del bien y del mal, del castigo y de la reinserción, habría que asumir que el sentido de las cárceles es tan miserable pero tan necesario como el de los pararrayos: proteger a los ciudadanos de los estragos que ciertos fenómenos mentales o atmosféricos son capaces de producir. Pedro Jiménez es tan inocente como una tormenta de que los caprichos ciegos del azar natural hayan depositado en él semejante fuerza destructiva, pero el injusto sacrificio de su tiempo en la cárcel o el de su apetito sexual a través de la castración química es ya, objetivamente, un daño menor del que él ha provocado a dos personas y a sus allegados.

 

 

 

Referencias y contextualización

Pedro Jiménez asesinó a puñaladas a dos policías leonesas (naturales de Noceda y Toral de los Guzmanes) que hacían sus prácticas en L´Hospitalet de Llobregat el 5 de octubre, tras asaltar a punta de navaja a una de ellas y obligarla a abrirle la puerta de su domicilio. Aunque en este caso los forenses desmintieron que hubiera habido violaciones, Jiménez sí vejó sexualmente al menos a una de las agentes. Al día siguiente del crimen, todas las sospechas recaían en él (se le detuvo finalmente el jueves 7), y en seguida trascendió que se trataba de un preso con antecedentes de agresión sexual y violación, que había aprovechado un permiso carcelario para cometer el doble asesinato. El suceso reabrió el debate sobre esta clase de beneficios carcelarios, en especial para psicópatas sexuales como éste, a quienes los psiquiatras consideran reincidentes y casi siempre irrecuperables con los medios terapéuticos que existen, a pesar de que su conducta en la prisión haga parecer todo lo contrario. En este sentido se pronunciaba, por ejemplo, Luis Borrás, autor de un artículo en El Mundo de Castilla y León el viernes 8 en relación con el tema.

Los ministros del nuevo Gobierno del PSOE se habían caracterizado en los primeros meses por rectificar o matizar algunas de las decisiones que habían adelantado y aclarar que sólo pretendían abrir una reflexión en la sociedad. Esto había supuesto un motivo de burla para los políticos y periodistas conservadores.

 

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