28 julio 2004 |
Botafumeiro |
Es francamente divertido comprobar cómo la Iglesia se esfuerza en modular el cariz de su discurso para hacerlo presentable a una sociedad cada día más laica, articulando un razonamiento que desemboque como sea en la conclusión preestablecida por el dogma. Ya apenas oímos que la homosexualidad sea una aberración, pero los (peri)patéticos del siglo XXI exhiben con orgullo sus inequívocas cinco vías para desacreditarla: antropológica, biológica, lingüística, social y moral. La primera la podrían contradecir los griegos y los romanos, que se derretían por sus efebos. Tras la segunda late el viejo prejuicio de que el único fin de la sexualidad es la reproducción. La tercera, tan perspicaz como para descubrir que el matrimonio requiere por definición la presencia de una mater, hace como que olvida que los nombres se ponen a posteriori para designar las realidades vigentes en un momento dado. La cuarta amenaza con la quiebra de la sociedad que seguirá a la de la familia, como si los gays no fueran parte de la primera, sus uniones (temporales o no) fueran a desestabilizar al resto de la población y no existiera una mayoría de heterosexuales que garantiza el recambio demográfico. De la quinta no opino, porque ignoro sobre qué fundamentos reales se edifica la moral. El arzobispo de Santiago, Julián Barrios, también quiso mostrar la cara más razonable de la Iglesia en la Ofrenda al Apóstol. Pero la falta de costumbre convirtió la homilía en un péndulo incongruente que daba bandazos entre la Constitución y el catecismo, tanteando la manera más correcta de llenarnos a todos de incienso. Habló de pluralidad enriquecedora, y de que la política y la Iglesia son independientes, pero también calificó a la homosexualidad de “distorsión del plan de Dios”, y afirmó que la verdad interna del hombre es el cristianismo; por ello, se quejó de que la fe se pretenda restringir al ámbito privado, que no es “su verdadera esencia”. Aquí dio en el clavo: el único sentido de una religión es reglamentar la vida de todos, imponer la insoslayable voluntad divina. Por muy conciliador que quisiera aparecer Monseñor Barrios, no hay colaboración ni consenso posibles entre religión y laicismo; una opción excluye la otra. El botafumeiro se muere por recobrar su función primera: purificar el aire del sudor de los hombres. Pero, como ya sucedió en 1501, 1622 y 1937, tanta ínfula de grandeza celestial tiene todas las papeletas para escacharrarse contra el suelo. |
Referencias y contextualización Santo Tomás de Aquino, en el siglo XV, pretendió demostrar la existencia de Dios a partir de cinco argumentaciones conocidas como las cinco vías, que pretenden fundamentarse en el pensamiento aristotélico. Al pensamiento y a los discípulos de Aristóteles se les suele llamar también peripatéticos. El discurso de Julián Barrios se produjo en su turno de agradecimiento por la Ofrenda Nacional al Apóstol Santiago, celebrada como todos los años el 25 de julio, y a la que asistieron los reyes de España y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El botafumeiro se creó inicialmente como medio higiénico para purificar el aire del sudor y los eventuales gérmenes que hubieran llevado los peregrinos del Camino de Santiago a la catedral. |
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