6 febrero 2002
Canción del ecónomo
 

 

Con tres matones por banda / y la Copa en duermevela, / ya trota a abordar la pela / el tesorero pillín /. Señor Peralta se llama; / por caradura es tenido / y en todo hogar maldecido / desde Alaejos a Herrín.

La luna no le desvela, / ni le encona estar exento / del octavo mandamiento; / le rescata el Cielo azul. / Pero el albarán delata; / publicado hasta en la sopa, / le ha dejado el culo popa / y votando a Belzebul.

“Delega en mí sus avíos / Monseñor. / Yo me prodigo con brío, / y le aumentan las finanzas. / Presumo que hacer balanza / no ha de irritar al Señor.

Qué sorpresa, / qué despecho, / lo que me han hecho / este mes. / Me han salido / contestones / los mamones. / ¿Tú te crees?

Que el legado es mi tesoro, / que es de Dios la voluntad. / Su Ley, torcer testamentos; / rúbricas parias, al mar.

Ya me enervan con sus perras / y sus bueyes / esos villanos sin tierras, / que yo allí daba por mío / lo que marca el señorío, / no que me agravien con leyes.

Caray, vaya, / quién dijera, / Gescartera / fue mejor. / No hubo renta, / ¡pero pecho!, / que he rehecho / ya el valor.

Que el legado es mi tesoro, / que es de Dios la voluntad. / Su Ley, torcer testamentos; / rúbricas parias, al mar.

Hasta el nardo que me tienen, / ¡hay que ver! / Rojos de ira se me vienen / y les da por declamar / que yo les voy a esquilmar / y a la curia enriquecer.

¿Que se expresan? / Yo me olvido. / Su vagido / me da igual. / Sólo muero / por Baeza / y su alteza / episcopal.

Que el legado es mi tesoro, / que es de Dios la voluntad. / Su Ley, torcer testamentos; / rúbricas parias, al mar.

Demenciado vengo a verte, / oh, Dios Mío. / Que me perdone la muerte, / y al listo que me enajena / rajaré con la patena / por impropio y por impío.

Y si arraigo, / ¿tu venida? / Recibida / con rubís, / de tarugos / será el cabo /. Soy tu esclavo. / Dime sí.

Que el legado es mi tesoro, / que es de Dios la voluntad. / Su Ley, torcer testamentos; / rúbricas parias, al mar”.

 

 

 

Referencias y contextualización

El Padre Enrique Peralta, ecónomo del Arzobispo de Valladolid, monseñor José Delicado Baeza, fue acusado por los vecinos de Alaejos de haber ignorado la última voluntad de Teresa Villanueva, quien dejó su herencia al Arzobispado para que arreglara las ermitas del pueblo, que estaban en peligro de derrumbamiento. El Arzobispado se quedó con el dinero pero no emprendió ninguna obra en Alaejos. Los vecinos del pueblo fueron a manifestarse ante el mismo Palacio Episcopal de la capital vallisoletana. Este escándalo sucedía en sólo unos meses al de Gescartera, una agencia de valores fraudulenta que, al ser intervenida, reveló que el Arzobispado de Valladolid tenía 1.000 millones de pesetas invertidos en Bolsa a través de ella. El Arzobispado consiguió recuperar el dinero al retirarlo poco antes del desplome de Gescartera.

Alaejos está situado en el suroeste de la provincia de Valladolid; Herrín de Campos al noroeste. Enrique Peralta negó en principio que Teresa Villanueva hubiera destinado su herencia a la reparación de las ermitas, pero el documento que lo atestiguaba fue publicado en la prensa.

La parte parafraseada de la Canción del pirata de José de Espronceda reza así:

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pechos mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

 

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