19 marzo 2008 |
Carta a mi padre |
Querido Rosqui: sólo por imaginar el susto que se te dibujará en la cara cuando repitas, con el rigor y la constancia que te caracterizan, la liturgia de todos los miércoles, y acudas a comprobar qué se le ha ocurrido esta vez al tarambana de tu hijo, merecería la pena hacer este artículo. Ya ves; cada uno tiene sus armas para rendir homenajes, pero nada más que ésas, y, si Kafka le escribió una carta-ensayo a su padre para reprocharle que su autoritarismo y egolatría le habían impedido a él realizarse como individuo, yo sólo puedo recurrir a estas líneas para darte las gracias (y también reñirte un poco) por justo lo contrario. Eso sí, hoy no te saldrás con la tuya y, cuando recortes y archives este recuadro, no te ceñirás al papel de padre abnegado que, tijeras o videocámara en mano, compila los pequeños logros de sus hijos, sino que por una vez te estarás celebrando a ti mismo. Lo harás con ese pudor que valoro como uno de tus grandes legados; ese cínico distanciamiento que sabe que, para sonrojo de los fatuos y los cretinos, la mayor parte de nuestro destino la escriben azares ajenos a nuestro control. Tú lo expresas con tu brillante metáfora de la vida como el recorrido de un puente en el que nos lanzan sacos desde ambos lados; unos nos pasan cerca, otros nos rozan pero conseguimos recobrar el equilibrio, y otros nos dan de lleno y nos mandan al río. A ti te impactaron varios en momentos cruciales de tu vida, y me da la impresión de que eso te hizo tirar antes de tiempo la toalla y renunciar a tu triunfo personal. A cambio, apostaste todas tus esperanzas y desvelos al bienestar de tu familia. No sabes cómo se agradece dicho sacrificio en términos de autoestima y seguridad, que son, a fin de cuentas, los parámetros por los que se mide el éxito de unos padres. Supongo que ese desprendimiento incondicional, esa disposición a realizarte en la vida de tus hijos y a proporcionarnos todo lo que la tuya te escatimó, explica que te doliera tanto que las cosas no salieran como tenías planeado, e incluso me echaras en cara los caprichos de los sacos. Pero es tan fácil descubrir tu generosidad y tu voluntad de vivir en y por nosotros alumbrando tanto los momentos en que me has hecho más feliz como aquéllos en los que me has hecho más daño, que no puedo por menos que sentirme doblemente en deuda por los primeros y me resulta del todo imposible reprocharte los segundos. Papá, sabes tan bien como yo que la justicia poética es una quimera y que nos tocará volver a comer carne pero también tragarnos más plumas. Sin embargo, la carne tendrá un sabor distinto y las plumas serán más digeribles si sigo contando contigo en la mesa, a mi lado.
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Referencias y contextualización El 19 de marzo se celebra el Día del Padre. El comienzo de la durísima cara que le escribió Franz Kafka al suyo se puede leer, por ejemplo, aquí. |
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