23 mayo 2001
Cincuenta y tres miércoles
 

 

Esto de los balances esconde un doble descuido de la dimensión temporal del hombre. Por un lado, uno se propone extraer las líneas maestras de la experiencia de todo un año, los motivos constantes, los rasgos fundamentales que le permiten construirse una definición estable. Convierte los latidos de un instante en esencias extrapolables a cualquier otro, se vuelve ladrón del aire irrepetible que respiró un pensamiento concreto, quebranta la única asociación neuronal que pudo haber engendrado precisamente esa frase; todo para seleccionar la materia prima que mejor sirva a la sobrehumana tarea de hacer de sí mismo un personaje coherente. Por otro, uno olvida que hasta su retrospectiva es hija del momento y no sería la misma el año que viene, este domingo o dentro de un rato; en cuanto un acervo distinto de recuerdos, una reelaboración de criterios o un estado hormonal provocado por una luz diferente se acomodaran ante este mismo teclado.

En todo caso, si ahora echara la vista atrás, me pondría a repartir agradecimientos a Giovanni Muzio, a Julián Ballestero, a Tomás Hoyas y a todos los que apostaran por concederme la ocasión de ejercer la que desde hace un año es, de largo, la ocupación más gratificante de mi vida. Proclamaría que es una bendición para quien aspira a irse labrando un nombre como autor, un gustazo que tus conocidos y algún desconocido te hagan comentarios por la calle, un honor leer las alusiones de tus compañeros de página y un placer adivinar que las ideas que pasean por tu cabeza están reaccionando con las ideas vigentes en los cerebros de miles de lectores.

Ideas. Sé que yo escribo ante todo ideas, que debo bastante a la indulgencia de mis jefes hacia mis evasiones del ámbito regional y también a la de los lectores que toleran la pretenciosidad de un aspirante a iluminado de la caverna y proselitista vocacional. Pero yo escribo de los temas que me motivan y sobre los que pienso algo original, y tampoco son tantos. Básicamente, descubrir que las noticias diarias ofrecen continuos ejemplos de que contemplamos el mundo con parámetros preestablecidos que no explican nada.

Ideas. Construcciones de una mente individual y de un momento concreto. Tan relativizables como las convenciones que yo mismo trato de desmontar. Pero esta segunda profanación es una misión que ya recae, queridos lectores, sobre las cartas al director.

 

 

Referencias y contextualización

El primer artículo de Kiko Rosique en Diario de Valladolid, "Un vallisoletano universal", se publicó el 17 de mayo de 2000. Julián Ballestero era el subdirector del periódico, Tomás Hoyas el jefe de la sección de Opinión y Giovanni Muzio un arquitecto y colaborador ocasional de Diario de Valladolid que puso a Rosique en contacto con Ballestero.

 

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