30 mayo 2001
Lalo
 

Si es que hay veces que uno se afana en no ser feliz. En estos días de calorina y jolgorio en los que las chicas se ponen de corto y otras cosas, para compensar, se ponen de largo; en los que desde Madrid nos reclaman a Julito Valdeón y, a este paso, también para compensar, nos van a devolver a Lucas como siga empeñándose en hacer encuestas a destiempo; en los que se ve algo más plausible el soterramiento del AVE y algo menos el del Real Valladolid; en los que aquí ya nos relamemos con los grandes popes literarios que vendrán al Congreso de Papiroflexia que se celebra en octubre, y en Tordesillas preparan un curso de alanceamiento que, si se sabe coger al toro por los cuernos, podría convertirse en próximas ediciones, por qué no, en un evento cultural de resonancia mundial, con delegaciones de lapidadores iraníes, verdugos yanquis, rebanadores de clítoris afganos o guerrilleros caníbales indonesios, que nos cultivaran en la riqueza escultórica, electrónica, quirúrgica o gastronómica de esas costumbres ancestrales que los afrancesados no comprendemos que se justifican por el hecho de ser ancestrales; en estos días de flores de mayo, digo, voy a dedicar medio artículo a la noticia triste, o quizá simplemente nostálgica, de la retirada de Lalo García.

Cuando era un niño y mi corazón un monopolio del baloncesto, recuerdo que asistía al Pabellón Pisuerga con más ganas de que Lalo hiciera un buen partido que de que el equipo acabara ganando. Era inevitable que un chico de la casa simpático, luchador, y con una capacidad de superación tan grande que le permitió evolucionar desde aquel perro de presa que secaba a Herreros o Perasovic y terminaba todos los contraataques a ser un consumado penetrador de 1’88 y un notable tirador y pasador, se convirtiera en el líder moral del Fórum de los 90. Le han sobrado un par de lesiones y le han faltado 10cm para llegar a ser uno de los tres o cuatro mejores aleros españoles de la década.

Lalo García. Ante todo, un tipo excepcional. Siempre dispuesto a aceptar bromas sobre la marcha del equipo o hacerlas sobre la caída del pelo. El último día que le vi, fue él quien se acercó a saludarme en un café de la Plaza Mayor (pero vamos a ver, ¿aquí quién es la estrella?). Eso fue ya varios años después de cierto detalle memorable que se marcó en una época de mi vida bastante digna de ser olvidada. Digamos que se lo debía.

 

 

Referencias y contextualización

En los días anteriores a la publicación de este artículo, Julio Valdeón Blanco, columnista de Diario de Valladolid, recibió el anuncio de que su nueva novela iba a ser publicada por Espasa-Calpe; el Ministerio de la Presidencia ocupado por Juan José Lucas dio a conocer cierta encuesta perjudicial para los intereses de su partido; se aprobaron los plazos para el proyecto de soterramiento de las vías del tren en Valladolid a la llegada del AVE; se alivió un poco la situación del Real Valladolid en la clasificación de Primera División; se anunció para octubre la celebración del Congreso Mundial de la Lengua Castellana en Valladolid y se organizó en Tordesillas un curso de alanceamiento relacionado con el famoso ritual local del Toro de la Vega, en el que un ejemplar de esta especie es muerto a lanzazos por los mozos del pueblo a caballo (esta tradición es año tras año denunciada por los ecologistas, pero en Tordesillas lo mantienen como seña de identidad de la villa).

 

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