1 noviembre 2000 |
Cinefórum |
Una nueva edición del lujazo que es la Seminci para Valladolid. Me deja la ya recurrente impresión de que se hace imprescindible aprovechar la estela del festival para implicar a las instituciones y dar un poco de color a la insufrible cartelera del resto del año. El alivio de encontrar en el 15x15 un estímulo para, en estos tiempos de ridículo monetario y diplomático, seguir soñando lo estupendo que sería llegar hasta el final en la unidad europea. La decepción por la reflexión sobre la violencia de Kitano, en la que la relación entre violencia y reflexión es aproximadamente de mil a uno. La rendición total ante la coreografía de hecatombe, perfectamente ensamblada, audazmente concebida en paralelo y llena de detalles brillantes que es Réquiem por un sueño. Me habría gustado contraponer la película de Aronofsky a la de Guédiguian. Pero hace tiempo que me cansé de esa corriente sobrevalorada que es el realismo social, francés o británico, y que comienza a perfilarse peligrosamente como santo y seña de la Seminci. No sería políticamente correcto, pero sí un síntoma de madurez estética, que deslindáramos de una vez la valoración artística del compromiso ético de izquierda. Son dos cosas distintas, y no debería convertirse en salvoconducto del reconocimiento intelectual algo que, en el fondo, no es más que la denuncia superficial de unas situaciones que ya sabemos todos que son denunciables. Las películas de Loach, Frears, Guédiguian, alguna de Leigh, se convierten con demasiada frecuencia en mero costumbrismo bienintencionado, a veces un tanto demagógico. Bajo el paraguas de una descripción conductista de los personajes, éstos aparecen como estereotipos de clase, idealizados o con motivaciones cotidianas que ya conocemos y en las que no se profundiza. Se definen explícitamente en sus propias palabras. No hay silencios, no hay miradas, no hay sugerencias. No se dice absolutamente nada más que lo que se dice. El condimento de un humor castizo no demasiado sutil trata de compensar la voluntaria falta de artificio con la cámara, la narración convencional y la negativa a exprimir factores como la fotografía, el ritmo y la música. Seguramente sea admirable y cívicamente más útil poner el oficio al servicio de los débiles, sin pretensiones adicionales. Pero debe de ser muy triste comenzar un rodaje renunciando de antemano a crear una obra maestra.
|
Referencias y contextualización La edición de este año de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, uno de los festivales más reputados de cine independiente de España, incluyó una sección titulada 15x15, en la que se proyectaba una película de cada uno de los países de la Unión Europea (entonces compuesta por 15 miembros). En el tiempo en que se escribió y publicó este artículo, el euro bajaba coninuamente su cotización frente al dólar y se había puesto de manifiesto la falta de una política exterior común en asuntos como las guerras de los Balcanes y el conflicto en Oriente Próximo. La película de Takeshi Kitano a la que se refiere esta columna es Brother. Por su parte, Requiem for a Dream, de Darren Arenofsky, y La ville est tranquille, de Robert Guédiguian, compartieron ex-aequo la Espiga de Oro. Esta última película se enmarca dentro del género del realismo social, muy frecuentado por los filmes admitidos año tras año a la sección oficial de este festival. Ken Loach, Stephen Frears y Mike Leigh, directores británicos emparentados con esta tendencia, figuran entre los realizadores preferidos de la Seminci.
|
|