19 septiembre 2001
De los nuestros
 

 

Lo que nos estremece no son los muertos. Tampoco su cifra. Miles de víctimas las ha habido en Ruanda, en Argelia, en los Balcanes, en Colombia, y nunca las hemos dedicado tal cantidad de minutos de silencio y papel de prensa a lo largo y ancho de Europa. Porque lo decisivo es que, tras la primeras horas de estupor y expectación morbosa por lo inaudito del suceso y el escenario, a medida que empieza a desvelarse quién está detrás del atentado, los europeos vamos comprendiendo que, con océano por medio o sin él, esta vez los muertos eran de los nuestros.

Hace unos días habría escrito sobre una salvajada puntual, sobre un acto de odio ciego y estúpido, como todos los golpes terroristas que a cambio de una satisfacción megalomaníaca renuncian a la batalla de la opinión pública. Me habría apuntado a la memorable reflexión de Umbral de que el terrorismo sólo puede aspirar a montar una guerra de símbolos, a derribar torres o despedazar guardias civiles pero nunca a desestabilizar el sistema, y habría lamentado que abstracciones tan falaces como ésa constituyan en el fondo la causa de que los sujetos de la Historia no sean nunca las personas sino sus invenciones.

Hoy me cuesta creer que Osama Bin Laden, millonario comprometido y con 13.000 hombres a su disposición, haya sopesado durante un año un plan que sólo puede acabar en la liquidación del régimen que le acoge, la ruina de la causa palestina y una nueva splendid little war para mayor gloria de América.

Porque un aldabonazo como éste era lo único que podría deslegitimar los intereses políticos y económicos que muchos gobiernos musulmanes comparten con Estados Unidos y convocar el panislamismo que propugna Bin Laden. Una guerra santa para precipitar lo que por otra parte parece inevitable en el marco del choque de civilizaciones que auguraba Huntington para este siglo: la confrontación entre Occidente y un Islam hipotéticamente radicalizado.

Riqueza contra pobreza, centro contra periferia en el orden mundial y la división internacional del trabajo, democracia materialista contra teocracia integrista, Historia contra verdad inmutable, razón contra fe, libertad contra moral. Demasiadas incompatibilidades. Y una promesa de gloria eterna. Bajo la misma bandera del Bien contra el Mal que ha invocado Bush, un integrista consecuente no debería dejar vivo a ningún americano, a ningún occidental. A ninguno de los nuestros.

 

 

Referencias y contextualización

Ya en la semana posterior al 11-S, todas las sospechas de los atentados de Nueva York apuntaban a la red Al Qaeda financiada y liderada por Osama Bin Laden, quien se hospedaba entonces en Afganistán acogido por el régimen integrista de los talibanes. Estos días a la organización terrorista se le atribuyeron unos 13.000 activistas. Bin Laden se había pronunciado en diferentes ocasiones en favor de la Guerra Santa contra los Estados Unidos, apelando al martirio que, en esas lides, es considerado por el Islam pasaporte inmediato a la gloria eterna. El presidente norteamericano George W. Bush caracterizó análogamente el conflicto abierto desde el 11-S como "la lucha del Bien contra el Mal".

America's Splendid Little Wars. A Short History of U.S. Military Engagements (1975-2000) es un libro del capitán de la Armada de los Estados Unidos Peter A. Huchthausen que repasa las intervenciones militares norteamericanas de los últimos años.

Samuel Huntington auguró que las guerras del siglo XXI no tendrían lugar entre Estados, sino que serían un choque entre civilizaciones o bloques culturales. Huntington distinguió ocho de estos bloques en el mundo. Uno era Occidente y otro el mundo islámico; los otros son el confuciano, el japonés, el hindú, el eslavo, el latinoamericano y el africano.

 

 

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