7 agosto 2002
Deténte, ¡eres tan bello...!
 

 

En verano, el sol entra por la ventana y te reclama con la prepotencia insultante de un pregón de reclutamiento en la plaza del pueblo. La leva te sorprende en un cuchitril oscuro, rodeado de libros polvorientos cuya visión ya sólo te cincela decepción y amargura en la mirada. Lo has intentado con la Historia, con la Filosofía, con la Religión, con la Literatura Comparada. Pero todos los saberes son mezquinos y pacatos, y ya ni siquiera se marcan la cortesía de disimular que no conducen a ningún sitio.

Afuera bulle la vida. Escuchas las risas despreocupadas de quienes no se han dejado arrebatar la alegría por la vocación pertinaz del conocimiento, pero tampoco. De alguna manera las encuentras ajenas, distintas, inexactas, de una textura diferente a ésa otra que tiene el poder de galvanizar tus terminaciones nerviosas.

Debe de ser una amalgama insólita la que se ha de dar para hacerte sentir a la vez hastiado e insatisfecho, más allá y más acá, pasado de frenada y sin potencia suficiente para traspasar la meta. Pero el caso es que, milagros de la geología, tú has conseguido desarrollarla. Aún no has llegado a “alcanzar las entrañas del mundo”, el aleph, el secreto que a veces la vida remolona parece insinuar que contiene. Y venderías tu alma a cualquiera que te hiciera vivir “todo lo que al hombre le ha sido dado experimentar”.

Entonces invocas a los genios mefistofélicos del celuloide. Wim Wenders en el Broadway, Billy Wilder en el Patio de la Hospedería; otras semanas fueron Woody Allen, Scorsese, David Lynch. Los dos ciclos de cine que permiten sobrellevar el verano en esta ciudad sin mar sin echar de menos los invernales de la Casa Revilla, Letras de Cine y la Filmoteca de Caja España. Uno de ellos, organizado por dos salas de exhibición hermanas que se las han arreglado para incluir regularmente en nuestra cartelera algo que merezca la pena llamar cine. El otro, el tradicional punto de encuentro con el siempre sugerente menú que prepara Begoña Orellana con la porción del presupuesto municipal que se digne tocar en suerte.

Pudo haber sido antes, o después, pero fue con dos compatriotas teutones, W. y W., cuando Fausto se olvidó de pasado y futuro, de ocio y ocupaciones, hasta de lo Eterno-femenino, y se sintió de repente tan colmado, con el alma tan entregada, como para gritarle sin miedo a un instante: “Deténte, ¡eres tan bello..!”

 

 

 

Referencias y contextualización

El Fausto de Goethe (la primera parte muestra algunas diferencias de matiz con el de Christopher Marlowe, y la segunda es completamente original) comienza con el protagonista hastiado de su propia erudición inútil en su despacho lleno de libros (el de Marlowe menciona una por una las disciplinas que ha estudiado y que no le sirven de nada). Afuera huye a la gente del pueblo gritar de alegría y disfrutar de la vida, y Fausto siente que no ha alcanzado "las entrañas del mundo" y que le gustaría sentir "todo lo que al hombre le ha sido dado experimentar".

Impelido por esa frustración, invoca a Mefistófeles (un servidor del Diablo en Marlowe y el Diablo mismo en Goethe), y le acaba jurando que se pondrá a su servicio y le regalará su alma en cuanto éste le haya hecho vivir un instante tan pleno de felicidad que mereciera la pena decirle: "Deténte, ¡eres tan bello...!". Lo eterno-femenino es una de las últimas invocaciones que el Fausto de Goethe al final de la segunda parte, y de hecho es el amor lo que le salva de la condena eterna que no le ahorra Christopher Marlowe.

En el verano de 2002 se pudieron seguir en Valladolid dos valiosos ciclos de cine: uno en los multicines Broadway de la calle García Morato y otro, organizado por la Fundación Municipal de Cultura y coordinado por Begoña Orellana, en el Patio de la Hospedería de la iglesia de San Benito. Las películas a las que Kiko Rosique alude como causantes de ese instante de felicidad al que le habría gustado decirle "Deténte, ¡eres tan bello...!" fueron El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, y Arianne, de Billy Wilder.

 

 

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