31 julio 2002 |
Amor y temporalidad |
El matrimonio es una institución vitalicia consagrada por Dios, pero también una festividad estacional, adscrita a la dimensión temporal inherente al hombre. Resulta que el 80% de las bodas se celebra en la temporada alta que va de mayo a octubre. Formidable; al menos en un último momento de lucidez, los cónyuges son conscientes de que sus emociones dependen de sus estados hormonales de un instante, uno de cuyos factores decisivos está químicamente comprobado que es el clima. El 80% de las parejas va a disfrutar de una boda y una luna de miel bendecidas por la misericordia atmosférica. Cálida felicidad. Sin embargo, apenas sobrepasado el umbral, empezarán a mezclarse inviernos y veranos, hielos y deshielos, tormentas y bonanzas, quedando todo confundido en una neblina gris, uniforme y plomiza, que invitará a simular que uno es permanentemente igual a sí mismo, que la materia es estable, que los sentimientos no cambian según por dónde sople el viento y que la felicidad es cuestión de honrar y respetar. Del amor entendido como posesión exclusiva del otro se han generado a través de la Historia ideales como el amor eterno, la mujer de mi vida, el padre de mis hijos, el cuerpo conservado intacto para el marido, la abnegación y el sin ti no podré vivir; todos ellos muy románticos, pero difícilmente sostenibles si no es por autosugestión. Sin ayuda de ésta, la desmesurada expectativa de llenar el universo de una vida con una sola persona suele terminar en decepción y reproche. También ha surgido el concepto de infidelidad, que, sensu strictu, no es más que el fin de la posesión, aunque la letanía absurda que hemos adquirido la convierta en el fin del amor. Se dice que, cuando se ama a A, no se necesita estar con B, pero, en realidad, la consecuencia lógica de la premisa es la frecuente apetencia de A; para nada la indiferencia hacia B. De no ser por la magnificación del sexo a la que ha conducido la demonización secular que hemos hecho de él, un desliz, o dos, o veinte, no deberían suponer el menor menoscabo para el otro cónyuge. A éste sólo le afectaría realmente ser abandonado, el fin del amor, y una cosa no tiene por qué ir acompañada de la otra. De hecho, seguramente no lo iría casi nunca, si nuestra torpe institucionalización de la pareja no se empeñara en superponer la fidelidad metafísica a la temporalidad que lleva implícita la materia.
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Referencias y contextualización Un estudio sociológico acababa de revelar que el 80% de las bodas en Castilla y León se celebran entre los meses de mayo y octubre. Este artículo fue escrito entre ocho y media y diez del 24 de julio, en sustitución de "Mañana cumplo once años", considerado inadecuado por los responsables de Diario de Valladolid y su sección de Opinión. Sin embargo, un error inadvertido en la transmisión por Internet obligó a que el columnista y editor de la sección, Tomás Hoyas, sustituyera a Kiko Rosique ese día, y "Amor y temporalidad" se publicó finalmente el 31. En la búsqueda de un modelo diferente en las relaciones de pareja se inscriben también "Pareja entreabierta", "Postal de San Valentín", "Un paso más", "La picazón contra la utopía" y "Lo que va del amor a la posesión".
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