11 abril 2007
Dime qué palabra apadrinas...
 

 

… y te diré quién eres, naturalmente. La iniciativa de la Escuela de Escritores, invitando a los españoles a apadrinar una palabra en desuso y evitar así su extinción, está calando tanto como esa especie de certamen de miss diccionario que convocó el año pasado para coronar a la más bella del idioma. Los políticos se han apuntado entusiasmados al aquelarre popular conjurando a sus respectivas candidatas (supongamos por un momento que no se las han soplado sus asesores), pero no debieron de reparar en lo desguarnecido que quedaba su subconsciente al desvelar una preferencia tan íntima.

Zapatero escogió andancio, término genérico para referirse a las epidemias de poca gravedad, y así dejó entrever la tarea que realmente le hubiera gustado desempeñar: una tranquilita, en la que le tocara arreglar algo pero leve, para aparecer ante los ciudadanos como su beatífico salvador sólo con dictar una simple receta o administrarles el placebo de su sonrisa de rey taumaturgo. Pepiño Blanco rescató la bisoñé que le habría cubierto las entradas y le habría proporcionado una imagen un poco más diabólica que no dejara tan a la vista sus limitaciones, pero sospecho que también intervino, por paranomasia, la mala conciencia que conserva desde que aseguró a su jefe, recién nombrado, que eso de gobernar lo aprendía en dos días. Carmen Calvo eligió “pundonor”, porque otra cosa no, y López Garrido apadrinó “mendrugo”; sin comentarios.

En el PP, no es de extrañar que Rajoy se acordara de avatares, teniendo en cuenta los cambios de personalidad que le toca ejecutar para parecer a la vez de centro y de derechas, y porque algo le debe de gritar en su interior que las cosas evolucionan y no tiene sentido encerrarse en la defensa numantina de que España, la Constitución o el matrimonio son una cosa inmutable. Tampoco es raro que Zaplana quiera poner a todos los españoles un anteojo de cinco mil aumentos para que los ciudadanos se traguen que Zapatero es el demonio en persona y desea romper España y entenderse con los malos y marginar a los buenos, y que detrás de un par de chapuzas o descuidos policiales se esconde la conspiración más formidable que vieron los siglos.

Llamazares se aferró al adjetivo colonial, el último clavo ardiendo que le queda al comunismo para desprestigiar al capitalismo, y a Duran i Lleida le debe de seguir pesando en el subconsciente ese remiendo que su partido pactó hacerle al Estatut a cambio de nada, y al cual se añade ahora el que teme que le termine propinando el Tribunal Constitucional. Por mi parte, tanto en esta iniciativa como en la anterior de la Escuela de Escritores, confieso habría sugerido la palabra evanescencia. Que cada cual saque sus conclusiones. Seguramente acertará.

 

 

 

Referencias y contextualización

Las elecciones de algunos de los líderes políticos españoles en esta iniciativa de la Escuela de Escritores, y algunos pormenores de aquélla, se enumeran aquí. El resultado de la encuesta del año anterior para designar a la palabra más hermosa del castellano se detalla aquí.

"Los reyes taumaturgos" es un libro del historiador francés Marc Bloch en el que se recueran los poderes sobrenaturales de curación que se artribuía a los reyes de algunos países europeos durante la Edad Media y la Edad Moderna.

Pese a que el nuevo Estatuto de Cataluña ya había sido aprobado por el Congreso de los Diputados (tras un pacto entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de Convergencia i Unió, Artur Mas, cuya esperanza de capitalizarlo en las elecciones autonómicas catalanas se vio frustrada por la reedición del gobierno tripartito entre el PSC, ERC y IU-ICV) y por los ciudadanos catalanes en referéndum, todavía faltaba la corroboración por parte del Tribunal Constitucional, que, tras el recurso presentado por el Partido Popular, se pensaba que iba a anular algunos artículos.

 

 

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