18 abril 2007
La ciudad y su equipo
 

Si a un miembro de alguna recóndita tribu amazónica o subsahariana le diera por rodar un documental sobre la cultura occidental, retrataría el puesto que ocupa en ella el circo del fútbol con el mismo asombro condescendiente con que los realizadores de aquí reflejan sus ritos exóticos. Más plausiblemente, cuando dentro de unos siglos el deporte rey (o todos los deportes) caiga en desuso y sea sólo un pasatiempo de tiempos pasados como las farsas carnavalescas, los bailes cortesanos, las cacerías aristocráticas o las noches en la ópera, se convertirá en seguro best-seller el historiador que descubra que, a comienzos del XXI, las autoridades locales y provinciales se sentían en la obligación de actuar para mantener en Primera División al equipo de la ciudad.

Las recalificaciones del suelo no son malas en sí mismas. De algún modo nos ofende que se puedan ganar miles de millones con un gesto tan fácil y arbitrario, pero, mientras se hagan con moderación (lo contrario sería como las emisiones masivas de billetes que hundían la moneda y disparaban la inflación), respetando la ley y los criterios de sostenibilidad y no lucren a los gobernantes que las autorizan, la flagrante desproporción entre la acción y el efecto no tiene por qué hacernos renunciar a ese recurso si se presenta un inversor con los bolsillos abiertos.

Lo discutible es que se ejecuten precisamente con el objeto de paliar la deuda de un club de fútbol. Podían recalificarse terrenos para impedir el recorte de empleos en Renault o para solucionar el problema de los sin techo en Valladolid, pero eso, que supondría un beneficio real para muchos ciudadanos, no lo propone nadie. En cambio, dos de cada tres vallisoletanos defienden hacerlo para que el Pucela no se vaya de aquí, y socialistas como Jaime Lissavetzky o Soraya Rodríguez aseguran que lo que consiga el Real Valladolid pertenece a Valladolid y que una ciudad de primera ha de tener un equipo en Primera. Si  Marx levantara la cabeza, sospecho que se sentiría bastante menos identificado con ellos que con la paráfrasis de su célebre sentencia que designa al fútbol como el “opio del pueblo”.

Sólo un espejismo puede hacernos sentir que los triunfos bélicos, diplomáticos, culturales o deportivos de esos entes colectivos nacionales o locales de los que nos creemos parte integrante se reflejan tal que luz plotiniana en todos nosotros, y por tanto merecen que nuestros dirigentes traten de propiciarlos. Y el Real Valladolid no es más que una sociedad anónima cuya sede nos pilla cerca de casa, pero que ni siquiera debería arrogarse el papel de representar a nuestra ciudad. Aunque su presidente Carlos Suárez se queje de que carece de la libertad que disfrutan las sociedades anónimas de otros sectores, eso ya lo sabían los accionistas al invertir su dinero, igual que los de las farmacéuticas o culturales son conscientes de que se someten a restricciones de precios y los de los grandes almacenes a limitaciones de horarios.

Eso sí, confieso que cada domingo disfruto consultando los resultados del Valladolid y calibrando la distancia que les saca a los demás.

 

 

Referencias y contextualización

El miércoles 11, el presidente del Real Valladolid Club de Fútbol, Carlos Suárez, insinuó que no podía garantizar que el equipo fuera a jugar en Primera División la próxima temporada. Pese a que el ascenso deportivo estaba casi asegurado, dado el holgado liderazgo que mantenía en Segunda, la deuda del club podría obligar a los accionistas a vender su plaza. Suárez también se quejó de que, cuando el club pedía ayuda a las instituciones, se le respondía que era una sociedad anónima, pero que por otra parte carecía de la libertad total de movimientos que tienen las sociedades anónimas.

Al día siguiente, el alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, y el presidente de la Diputación Provincial, Ramiro Ruiz Medrano, se comprometieron a sacar adelante la iniciativa conocida como Valladolid Arena, un proyecto de un grupo finlandés para construir un pabellón deportivo y un centro comercial junto al estadio José Zorrilla, que sanearía las cuentas del club de fútbol pero que llevaba tres años empantanado por la obligación que requería de recalificar unos terrenos de titularidad de la Diputación.

Antes del acuerdo, el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky, había declarado que no le gusta que los equipos cambien de ciudad, "porque lo que el Real Valladolid ha ganado es de Valladolid", y la candidata del PSOE a la Alcaldía había criticado el estancamiento del proyecto del Valladolid Arena, alegando que "una ciudad de primera necesita un equipo en Primera".

El filósofo neoplatónico Plotino (205-270) concibió un esquema piramidal por el que la luz del Ser Supremo o Uno emanaba en grados descendentes sobre los seres humanos, los animales y la materia.

Una parodia alegórica con motivo del último sueño frustrado de convertir al Valladolid en un gran equipo, cuando en 2004 un grupo de millonarios qataríes manifestó su intención de comprarlo, es "El Real Valladolid y la lámpara maravillosa".

 

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal