6 mayo 2009 |
Donar el diezmo |
Este lunes se nos unió en santo matrimonio una sugerente pareja de noticias. Por un lado estaba la loable iniciativa del obispo y los sacerdotes de Segovia de entregar a Cáritas la décima parte de su nómina de mayo; por otro, la publicación de un nuevo libro del Padre Jesús López Sáez, el abulense que sostiene que la muerte de Juan Pablo I fue provocada por una conspiración de los sectores del Vaticano que temían sus reformas. Yo no sé si los nuevos mercaderes del templo asesinaron a Juan Pablo I o se quedaron con las ganas, pero el contraste entre lo que representaba el Papa que adoptó la Humilitas como lema, renunció a la mitra y se propuso depurar las finanzas vaticanas, y lo que han significado Juan Pablo II y Benedicto XVI, uno con más fotogenia y el otro con más erudición, sintetiza la encrucijada ante la que se encuentra la Iglesia del siglo XXI. En definitiva, la disyuntiva entre cobrar el diezmo o donarlo. El debate sobre los bienes materiales sobrevivió a las primeras comunidades cristianas, que los despreciaban porque creían que el fin del mundo era inminente. A través de los siglos, cátaros, benedictinos, franciscanos, luteranos, grupos de base y teólogos de la liberación han puesto periódicamente el grito en el cielo al considerar que la jerarquía eclesial se estaba acomodando en sus riquezas y prebendas y olvidaba que su misión no consiste en rentabilizar supuestas portavocías, sino en dar ejemplo de pureza y estar al lado de los pobres. La Iglesia siempre ha vivido esta dialéctica; la particularidad de nuestra época es que, en unas décadas, su supervivencia en Occidente dependerá de cómo la resuelva. Sin nada que explicar que no explique ya la ciencia, sin nada que prohibir que la sociedad no haya convertido ya en costumbre, los sacerdotes sólo tendrán algo especial y atractivo que ofrecer a sus conciudadanos si hacen suyo el espíritu entusiasta y ejemplar de los misioneros, el mismo que ha convertido África y Latinoamérica en las reservas espirituales del catolicismo. El materialismo hedonista entretiene a la gente durante su paso por la vida terrena, pero produce muchas insatisfacciones y realiza todavía más exclusiones; sólo si sabe aprovecharlas la Iglesia evitará convertirse en una comparsa.
|
|