13 mayo 2009
Se fue la luz
 

 

... y vio el hombre que era el caos. El apagón de hora y media que sufrió Salamanca el lunes por la mañana recordó a los ciudadanos afectados la dependencia de la luz eléctrica que les ha hecho contraer la modernidad; de repente, sus órganos vitales (radio, televisión, microondas, cargador del móvil, ordenador, ascensor, semáforos) dejaron de funcionar y el fallo multiorgánico derivó en parada municipal. Unas horas más sin poder desarrollar las funciones propias de una ciudad viva y Salamanca habría entrado irremisiblemente en coma.

No seré yo quien maldiga ser esclavo de las comodidades del progreso. Pero el comportamiento humano ha experimentado un cambio tan drástico desde que Edison inventara y comercializara las primeras bombillas a finales del siglo XIX, y luego todos los artilugios del XX se fueran enchufando sin excepción a la red eléctrica, que el apelativo de homo electricus podría presentar las mismas credenciales que los de homo faber y homo ludens para erigirse en símbolo de cómo una modificación cultural transforma hasta tal punto a los individuos que casi permitiría hablar de que nos encontramos ante una especie distinta. Para que luego la gente siga creyendo que su identidad debe más al espacio que al tiempo en que le ha tocado vivir...

A veces, cuando asisto al espectáculo de una ciudad iluminada de noche, surcada a toda velocidad por bólidos que emiten destellos rojiblancos, me gusta imaginar qué impresión recibirían un emperador romano, un mecenas renacentista o un pensador ilustrado si cayeran de repente en nuestro siglo transportados por una máquina del tiempo. Ellos, que se creyeron la culminación de la humanidad, ¿no seguirían pensando que realmente lo fueron, porque esto ya es “otra cosa”?

Luego, mi regocijo ucrónico queda sepultado bajo la frustración cuando aventuro lo que vendrá después, las futuras mutaciones técnicas de la especie que me voy a perder sin remedio y que dentro de unos siglos me habrán convertido en un mero ancestro descolgado de la evolución, en un neandertal que nació demasiado pronto para tener oficio, beneficio ni vela en este devenir sin entierro. Y es que no me digan que no es cruel saber que nos van a desalojar del cine cuando aún faltará un mundo para que termine la película.

 

 

 

Referencias y contextualización

La crónica del apagón en Salamanca de seis y media a ocho de la mañana del lunes 11 de mayo se puede encontrar aquí. Homo faber es una expresión que alude a la capacidad de fabricar herramientas como sello distintivo de la especie humana, supuestamente más característico que el hecho de saber (Homo sapiens). Max Frisch la escogió como título de una novela suya de 1957, pero antes que él la utilizaron en este sentido Karl Marx en El capital y Henri Bergson en La evolución creadora. A su vez, el historiador Johann Huizinga acuñó, en oposición a Homo sapiens y Homo faber, la expresión Homo ludens, tíulo de su ensayo de 1938, destacando como esencial en el hombre la actividad del juego.

 

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