18 junio 2008
El Bien y el Mal, esas dos palabras
 

La exposición de la catedral de Burgos en la que cohabitan las obras infernales de Marina Núñez con las creaciones celestiales de Bernardí Roig reedita la fascinación y el horror con que el hombre ha asistido siempre a la coexistencia del Bien y del Mal. Cuando han desfilado por el mundo el maniqueísmo, el Barroco, el doctor Jeckyll y El corazón de las tinieblas, su contraposición no pasa de ser un trillado juego cromático que se busca adrede para solaz de culturetas, pero es el signo de los tiempos. En el Patio Herreriano de Valladolid, Mateo Maté (si acaso con un matiz sobre la merda d’artista de Manzoni: la revalorización gratuita que otorga la muerte) demuestra que el arte conceptual tampoco es consecuente con su esencia; no se limita a la primera expresión de una idea, que sería la única interesante, sino que la reitera de múltiples formas para que no se le agote el filón. El público, por su parte, contribuye con algo de impostación, que se ha vuelto un elemento capital de la recepción artística ahora que ya nada nos sorprende lo suficiente como para epatarnos.

Para sentir el Bien y el Mal, se necesita incluso un suplemento adicional de sobrecogimiento fingido, un plus de sobreinterpretación de nuestra insignificancia de seres indefensos. Hace siglos, los humanos podían sentirse marionetas de esas dos fuerzas descomunales e inaprehensibles y consternarse al intuir que el Bien absoluto que adoraban quizá no lo fuera tanto, dado que, o toleraba a su rival Maligno o no lograba derrotarle, y a veces hasta daba la sensación de que éste le estaba propinando una buena paliza. Hoy ya resulta muy infantil hablar de Bien o Mal, y empieza a serlo también atribuir sus cualidades a personas concretas.

Hay individuos generosos y egoístas, honestos y oportunistas, desprendidos y ambiciosos, inofensivos y crueles, filantrópicos y sádicos, y probablemente todas estas personalidades tengan una determinada expresión neuroquímica de la que tales adjetivos no son sino torpes metáforas. ¿Pero qué significa ser bueno o ser malo? Cada cual lucha por satisfacer sus deseos e intereses con las armas que tiene a mano; unos son beneficiosos para los congéneres o la vida en común y otros perjudiciales, pero a eso se reduce todo. En el hombre no hay ninguna dualidad ante la que asombrarse, ninguna lucha cósmica por apoderarse de su espíritu. Los seguimos enfrentando para saciar nuestro apetito de grandeza y belleza trágica, pero el Bien y el Mal no son más que palabras.

 

 

Referencias y contextualización

De la exposición de Marina Núñez y Bernardí Roig en la catedral de Burgos se hace eco esta crónica, y de la de Mateo Maté en el Museo Patio Herreriano de Valladolid ésta otra.

 

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