25 junio 2008
Vaya, pues podíamos
 

España se halla inmersa en un proceso de redefinición del carácter nacional como no se había visto desde el Desastre del 98. Después de dos décadas convencidos de que la selección de fútbol era intrínsecamente incapaz de pasar de cuartos, ahora resulta que sí, que podemos. En realidad, podíamos. Porque, a menos que supongamos que es el muñeco de budú de Cuatro el que ha roto el maleficio o que esta generación de futbolistas es la primera que se ha enfrentado sin complejos al desafío (alguna explicación ya se ha oído en esta línea, pese al desmentido relativizador de Iker Casillas, que es junto a Rafa Nadal la superestrella más sensata y contenida del deporte español), habrá que concluir que, si esta vez hemos pasado, es que no pendía sobre nosotros ningún fatalismo.

En los días previos al partido me harté de argumentar ante todo tipo de filósofos y psicólogos de la esencia del futbolista español que, pese a compartir camiseta, no existía ningún vínculo entre las sucesivas selecciones que habían caído eliminadas. Que cualquier equipo sale al césped con ganas de ganar y el juego es demasiado absorbente para que los jugadores se acuerden del peso de la Historia, de lo que les pagan sus clubes, de con cuánta intensidad se vive la selección en nuestro país o de los fantasmas de Eloy, Julio Salinas y Joaquín. Luego, lo habían hecho mejor o peor, y los tres o cuatro lances decisivos que tienen los partidos igualados habían caído del lado del contrario, pero cada vez por un motivo distinto y siempre sujeto a los caprichos del azar. Eso sí, como sucesos independientes que son los torneos, aunque la moneda haya salido cruz cinco o seis veces, a la siguiente las posibilidades vuelven a estar al 50%.

En esta ocasión, la cruz le tocó a Italia, epítome del carácter ganador y la buena suerte, seguramente porque, una vez se le cuelga el sambenito, tendemos a fijarnos en cada partido que lo confirma y olvidar la fortuna que haya podido acompañar a cualquier otra selección. Lo cierto es que los italianos perdieron a los penaltis la semifinal de su mundial en el 90, la final del 94 y los cuartos del 98, además de ser eliminados en octavos por Francia en el 86 y por Corea del Sur en 2002. Pero, al parecer, estas derrotas no fueron suficientes para menoscabar la aureola de la camiseta azzurra, como tampoco lo fueron 32 años de sequía en la Copa de Europa (comparativamente, más que los de la selección, que compite cada dos años) para hacerlo con la blanca del Real Madrid.

 

 

Referencias y contextualización

El domingo 22, España, gracias a las intervenciones del portero Iker Casillas, derrotó a Italia por penaltis en los cuartos de final de la Eurocopa de fútbol, la ronda que en los últimos años había sido incapaz de superar la selección, dando lugar a todo tipo de explicaciones genéricas de dichos fracasos. "Podemos" era el eslógan de la Cadena Cuatro, que había adquirido los derechos de emisión de todos los partidos del torneo y había exhibido un muñeco de budú para dar mala suerte a los italianos. Eloy falló el penalti que provocó la eliminación en el Mundial 86, Julio Salinas desperdició la clarísima ocasión que terminó en la del Mundial 94 y Joaquín falló el penalti que apeó a España en el Mundial 2002. Sobre esta última eliminación trata el artículo "Españoles: la selección ha sido eliminada". Un artículo más extenso con este mismo planteamiento, publicado en Periodista Digital justo después de la eliminación ante Francia en cuartos de final del Mundial 2006 es "La metafísica tampoco juega al fútbol".

España terminaría ganando la Eurocopa. De la celebración y la subsiguiente exaltación de la nación habla el artículo siguiente, "El fútbol y la nación".

 

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