16 octubre 2001 |
El congreso de papiroflexia |
Uno puede coger una hoja en blanco y escribir un texto que piense, que repiense; que sienta, que disienta; que grite, que palpite; que mire, que transpire. Que se convierta en Historia y provoque que, a corto o largo plazo, el mundo ya no gire exactamente de la misma forma a como lo había hecho antes de ser escrito. O bien puede uno doblar las esquinas hacia adentro, encerrarla en sí misma, agotarla en rizos y florituras autocomplacientes y dejarla en lo alto de la estantería para consumo interno de los amantes de la banalidad ostentosa. La cultura española lleva tantos siglos sin hacer lo primero que resulta insultante que ahora reclame toda nuestra atención para esta extraña conmemoración de su propio vacío. Medidas para dar a la lengua castellana la presencia en Internet que sólo su importancia demográfica merece, iniciativas para aprovechar los réditos económicos que se podrían extraer de una supuesta condición de idioma universal de la cultura que hace trescientos años que no ejerce. Seamos serios. Después de 1700, las aportaciones de España a la evolución del pensamiento occidental se reducen a siete nombres: Goya, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega, Picasso, Dalí y Buñuel. Literariamente, sólo el boom de la narrativa hispanoamericana ha alcanzado verdadera resonancia internacional en las últimas décadas. Las lenguas son medios a los que únicamente justifican sus fines. Los pedantes de todos los países siempre glosan la excelencia sin par de la suya en las mismas categorías: expresividad, dulzura, concisión, riqueza léxica, musicalidad. Pero eso no tiene mayor trascendencia que el amor tontuno a la patria o la sobrevaloración pueril de la propia familia. Por lo demás, los idiomas son inconmensurables salvo en el valor histórico de sus obras, y éste viene dado por la influencia cultural de los países que los hablan. Ahora mismo, España no posee la importancia política que la garantiza, y tampoco está presente en los debates teóricos que se dirimen en el seno del pensamiento occidental. ¿Qué puede esperarse de un país en el que los filósofos hablan de frivolidades? Sería muy conveniente que, de una vez, reflexionáramos sobre las razones de que todo lo interesante se escriba hoy día en inglés, en francés o en alemán, en lugar de cantar las glorias del castellano apelando perpetuamente al resplandor de nuestro Siglo de Oro. Lo demás son pajaritas de papel.
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Referencias y contextualización El II Congreso Internacional de la Lengua Española, organizado por la Real Academia de la Lengua y el Instituto Cervantes, se iba a celebrar en Valladolid entre el 16 y el 19 de octubre de 2001. Su título genérico era "El español en la sociedad de la información" y se proponía impulsar la presencia del español en Internet. Para sus resultados, ver el artículo siguiente, "Notas a las actas del congreso". |
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