24 octubre 2001
Notas a las actas del congreso
 

La semana pasada ya tuve ocasión de hablar a priori del congreso. En cierto modo, de todos los congresos. De la cultura del paripé, del paripé de la cultura. De ese derroche de todo, de ese alarde de nada. De esos fuegos de artificio que no sé qué celebraban; de ese oropel falaz, fatuo, kitsch e insignificante que nos venden como cultura y nosotros nos tragamos sin pestañear, porque somos tan impresionables y sabemos tan poco que al final no nos queda más remedio que llamar cultura a cualquier cosa.

Cualquier cosa que cueste 700 millones y traiga un montón de nombres ilustres de esta entelequia que cada cierto tiempo gusta de presentarse como inmensa familia cultural hispanoamericana. Raúl Fernández Sobrino, en la mesa redonda convocada por DDOOSS el martes de festejos, recordaba que las bibliotecas municipales permanecieron cerradas el verano pasado por falta de personal. Nada grave, claro, a cambio de revivir por unos días la gloria de ser la capital del Imperio.

Hoy intentaré escribir algo a posteriori. No es un reto: casi todo lo que ha pasado me reafirma en lo que dije la otra vez. Empezando por la argucia de que no se trataba de extraer conclusiones sino de abrir vías de investigación. Que ninguna ponencia iba a solucionar los problemas del español era algo evidente; que la justificación de la opereta radique en llamar apertura de nuevas vías a tal retahila de sugerencias básicas y desiderátum elementales que se le habrían ocurrido a cualquier seglar que hubiera empleado cinco minutos en pensar el tema, es una tomadura de pelo. El único viso de autocrítica se produjo, cómo no, con la polémica filológicamente irrelevante a propósito del nombre legítimo de la lengua madre y, mientras tanto, nadie quiso señalar la incongruencia que es aceptar por un lado que aquélla pertenece al pueblo y no a la academia, ensalzar el mestizaje frente a la ortodoxia purista, y por otro denostar la invasión de anglicismos, como si, pese a todo, el idioma fuera una especie de monumento que hubiera necesidad de conservar intacto.

De la sarta de perogrulladas, achacable sólo a los que obligaron a que otros tuvieran que decirlas, me quedo con las pragmáticas: que el castellano no llegará nunca a ser el primer idioma de Internet y que es la hegemonía económica la que otorga al inglés su preeminencia cultural. Por cierto, que la envidiada lengua de Shakespeare no tiene Real Academia.

 

 

Referencias y contextualización

Raúl Fernández Sobrino, gestor cultural y coordinador de Espacio Rinocero, participó junto a Mario Alejandre, Ana Isabel Paje y Kiko Rosique el martes 16 de octubre en una mesa redonda organizada por la asociación DDOOSS de Amigos del Arte y la Cultura bajo el título "El joven ciudadano. Los problemas del mundo".

En los discursos de clausura y las declaraciones posteriores de los organizadores a la prensa, se aclaró que la finalidad del congreso no había sido extraer conclusiones sino abrir nuevas vías de investigación. El debate más intenso que se produjo en las jornadas fue el que discutió si a nuestra lengua debía llamársele "español" o "castellano". En la línea progresista adoptada en los últimos años por la Real Academia, se insistió en que el idioma pertenece al pueblo y no a las autoridades en la materia. También se alabaron las virtudes del mestizaje y la comunidad cultural que componen España y los países hispanohablantes de América. En otras ponencias, se criticó el uso de anglicismos para expresar conceptos que pueden representarse con una palabra ya existente en la lengua española.

 

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