9 junio 2004 |
El cuerpo |
La semana que viene, los nudistas españoles se van de crucero. Es una iniciativa pionera impulsada por Ismael Rodrigo, el vallisoletano que preside la Federación de Naturismo, y le sirve a la vez de campaña de lanzamiento a su sucursal castellanoleonesa, recién creada con el arduo objetivo de promover un concepto natural de la desnudez en esta región remilgada. En junio culmina también la ronda de inspecciones que la Consejería de Sanidad ha realizado en las tiendas de piercings y tatuajes, en una lógica respuesta institucional a la moda juvenil más avasalladora que se recuerda en el realce del propio cuerpo. Los dos sucesos coinciden en el tiempo y en el fondo. Mostrarlo o recubrirlo, pero siempre el cuerpo. Imperioso, insoslayable, forcejeando para abrirse camino por los intersticios que le deja una cultura de funesto currículo metafísico. Los nudistas a veces apelan a la salud y a la liberación del alma para que la sociedad no les vea poco menos que como a unos pervertidos, pero sus sonrisas y ademanes nerviosos delatan casi siempre que son conscientes del profundo contenido sexual que encierra su comportamiento. Los adolescentes que se dibujan fantasías en la piel o se engarzan al aire con un arete alegan que les parece original (¿a estas alturas?) o simplemente que les gusta, pero, entre todos los miembros que podrían decorar, se perforan la lengua, el ombligo, los pezones y hasta el clítoris. Podrá haber o no insinuación a terceros, pero resulta difícil negar que en uno y otro caso respira la conciencia exacerbada del propio cuerpo, una rabiosa protesta de la sexualidad, y también la sombra del último pudor inyectado por la Historia. El cuerpo indefenso y el cuerpo perforado; dos manifestaciones simétricas de regodeo masoquista. Con todos los respetos y todos los honores, porque el sexo es por definición sádico y masoquista. Siempre. Lo es en cada mordisco, en cada suspiro, en cada embestida, en la aniquilación del yo que implica el orgasmo. En los ojos que se cierran, en los brazos que se rinden, en la boca que busca el aire mucho más allá de donde termina la cama. No hace falta ser Freud o Nietzsche para percibir que el cuerpo está en todas partes. En las torturas de Abu Ghraib, por supuesto, pero también en los flagelantes, en el amor al Cristo crucificado, en cientos de ritos de otras religiones y en aquellas monjas del siglo XVII que, como penitencia, se revolcaban desnudas en su propia menstruación. En todas partes, sí, y nunca bajo el apodo superfluo, pueril y denigrante de perversión. |
Referencias y contextualización A lo largo del mes anterior, había estallado el escándalo de las torturas e intimidaciones de los carceleros norteamericanos a presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, que también había sido un presidio de funesto recuerdo durante la dictadura de Saddam Hussein. Las fotografías publicadas por el New Yorker primero y otros periódicos estadounidenses y británicos después dieron la vuelta al mundo. En muchas de las imágenes se veía a los encarcelados iraquíes desnudos y obligados a adoptar posturas obscenas o sexualmente denigrantes.. |
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