16 enero 2002
El derecho a la belleza
 

 

Sólo una evolución concreta de las mentalidades, sólo una secuencia caprichosa de hechos y deshechos, sólo una irrepetible sucesión de recodos a través de los siglos han conseguido privilegiar unas posibilidades y condenar al resto de alternativas al vacío eterno de no haber sucedido nunca. Sólo la casualidad afortunada entre las infinitas potencialidades que existían a priori ha sido la causante de que hoy, cincuenta años después de la Declaración de la ONU, estemos perfectamente dispuestos a reconocer ciertos derechos como intrínseca, irrebatible, inalienablemente humanos, mientras otras reivindicaciones nos empeñamos en tacharlas de antojos, de sutilezas, de superfluidades, denegándolas una y otra vez el estatuto de legítimos anhelos de felicidad.

A los miembros de la Asociación de Obesos de Castilla y León se les respeta el derecho a la vida, a la libertad, al trabajo y otra ristra de privilegios de ésos que se imprimen con letras de oro en el aire. Pero para reclamar que la Sanidad reconozca su problema y no les tenga tres años esperando operación, se ven obligados a aclarar que no les importa la estética, sino tan sólo los riesgos para la salud que su patología conlleva.

No pongo en duda su argumento; lo verdaderamente grave es que tengan que esgrimirlo. Otros desearían pasar por una intervención de cirugía plástica sin dejarse una millonada y nunca podrán acogerse a él.

Estamos tan impregnados del ascetismo antivida de la Iglesia, de la idea de que es banal y pecaminoso todo lo referente a la imagen, de la sensación de que tenemos más deber de ser que derecho a ser felices, que se nos hace inconcebible siquiera formular que todo el mundo debería tener derecho a ser bello. Quizás nos disculpe la imposibilidad técnica de garantizarlo que hemos tenido hasta ahora, pero la manipulación genética lo permitiría a medio plazo y hace falta que la acompañe una inversión de nuestros prejuicios morales.

Por inercia cristiana consideramos más acuciantes y dignas de ser atendidas unas anginas que una obesidad o cualquier imperfección que sólo resulte fea, aunque llene de traumas toda una vida. Aunque uno tenga libertad de creencias pero no de creer en sí mismo, aunque goce de libertad de expresión pero no pueda expresar con desparpajo palabras de amor, aunque sea igual que los demás ante la ley pero no ante la sociedad que le mira.

Diremos que la belleza es interior, que deberíamos valorar otras cosas, que nuestro mundo es superficial y egoísta. Pero el deseo no tiene afición a los sermones, y para ser feliz, mucho me temo, es casi imprescindible sentirse deseado.

 

 

Referencias y contextualización

La Asociación de Obesos de Castilla y León había denunciado que, por término medio, sus miembros tenían que esperar tres años para ser operados. El comunicado advertía que, si querían operarse de los efectos de su enfermedad, no era por estética, sino porque podía tener consecuencias fatales para su organismo.

 

 

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