5 septiembre 2007
El Modernismo, una forma de pensar, sí
 

Tiene mucha razón María Oropesa, la comisaria de la exposición sobre el Modernismo catalán que se exhibe en el Museo de la Pasión de Valladolid, cuando explica que este movimiento no se limitó a la producción artística, sino que constituyó toda una “forma de pensar y de vivir”. Pero, ya que la muestra se ha organizado expresamente para la capital castellana, no estaría de más apuntar que su seña distintiva no fue, como suele pensarse, el imponente templo gore de Antonio Gaudí, muy alejado de los cánones de una arquitectura que no pasó de ser el enésimo refrito del clasicismo (del cual sólo nos librarán el racionalismo y el funcionalismo en el siglo XX), sino la autodefinición catalana por contraste con el estereotipo del carácter de Castilla.

El desastre de 1898 asesta el golpe de gracia a lo que se entendía como el proyecto de España liderado por Castilla, que tras la pérdida de sus últimas colonias sólo ha dejado una región empobrecida y científicamente atrasada. En cambio, en Cataluña, a la que además ha favorecido la repatriación de capitales de Cuba y Filipinas, florecen la industria y el comercio, y las autoridades promueven una atmósfera cultural orientada a las nuevas corrientes europeas que trata de hacer de Barcelona “una nueva Atenas”.

La alteridad es tan visible que Eugenio d’Ors, una de las figuras estelares del movimiento (luego lo sería del Movimiento, al promover el Instituto de España en el bando franquista), se siente en disposición de definir al catalán como un espíritu clásico, estético, equilibrado, frente al castellano, que se le antoja barroco, ético y trágico. Por su parte, Joan Maragall asegura que el alma castellana no es industrial, liberal ni cosmopolita, las virtudes que se necesitan para triunfar en el mundo moderno, y por ello su etapa como directora de España ha pasado y debe ceder el testigo a Cataluña.

A los intelectuales del 98, embelesados por el Modernismo y dolidos por la Castilla a la que desean regenerar, no les parece mal la idea, hasta que recelan de los amagos centrífugos que entreven bajo la pujanza del catalanismo. Eso sí, Unamuno se empeña en dar la razón a los fabuladores de identidades grupales al regañarles: “Seréis siempre unos niños, levantinos. ¡Os ahoga la estética!”. Los millones de castellanos presentes y pretéritos que no se parecían nada a Felipe II o Unamuno no contaron, por lo visto, para calcular la media, y no lograron equilibrar la imagen modernista de nuestro carácter colectivo.

 

 

Referencias y contextualización

Una reseña periodística de la exposición a la que se refiere este artículo se puede encontrar aquí. El Instituto de España, fundado en enero de 1938 en la zona franquista bajo la égida de Eugenio d'Ors, era un organismo que coordinaba las diferentes reales academias que existían por entonces. Los versos que se citan de Unamuno son los que cierran su poema "L'aplec de la protesta".

 

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