29 agosto 2007 |
Un dandy de hueso |
La muerte cogió a Francisco Umbral elaborando dos libros. El primero de ellos era ése que, según sus propias palabras, escribe uno con las neuronas durante toda su existencia. Buena parte de sus páginas tuvieron como escenario Valladolid, hasta que abandonó la comodidad provinciana para hundirse en el “légamo caliente de la vida”, sacrificarle ninfas a su antropoide y respirar la halitosis de los maestros, dispuesto a pasar por todo con tal de “dejar por el mundo todo el saco de tipografía” que llevaba en los riñones. Todavía hoy surge de vez en cuando algún aprendiz que se lanza a seguirle de lejos en su ruta, con una mochila donde no sabe si lleva un tesoro o el don que no quiso darle el cielo, y en cambio muy consciente de lo delgada e incontrolable que es la línea que separa al triunfador que siempre supo lo que quería del fracasado al que perdieron sus delirios de grandeza. El segundo libro interrumpido, casi tan largo y cotidiano como el anterior, es el que han ido conformando los pequeños placeres con los que Umbral ha acompañado el paso de los días en las contraportadas de este periódico, después de hacerlo en varios más tanto en Valladolid como en Madrid. Intercaladas en esa gran obra por entregas, Umbral ha publicado un centenar de obras independientes de mayor extensión, pero siempre sirviéndose de su característica acumulación de pinceladas y asociaciones impresionistas, alguna tan inesperada, cromática y sugestiva que obliga al lector a detenerse y calibrar la relación en que han quedado las anteriores. Esa técnica le ha valido para arrancarle al lenguaje retazos originales de la actualidad política, social y cultural de España en sus artículos con la misma maestría con la que en libros como Mortal y rosa lo ha hecho de la experiencia humana. Podemos discutir si una asiduidad menor en la prensa habría beneficiado su excelencia, pero lo que está claro es que, tras su muerte, no hay ningún columnista vivo que pueda imitar su estilo. Umbral escribió que lo que más iba a lamentar de su muerte es que se perdiera la blancura de su piel y en su lugar quedara una calavera, la máscara última que nos enfundamos como si no quisiéramos dar la cara en el más allá. Acaso para evitarlo, en esta ocasión, al contrario que en 2003, ha dejado que la muerte le ganara la partida de ajedrez, ya que estamos en verano, cuando según él se produce la única resurrección de la carne aparte de la que experimenta un escritor cada vez que alguien le lee. Garantizada ésta última y mientras llega la primera, quizás a nadie mejor que a él mismo se le pueda aplicar otra de sus metáforas ingeniosas, la que hizo de los cadáveres; con toda seguridad, Francisco Umbral mantendrá allá donde esté la pose de un “dandy de hueso”.
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Referencias y contextualización El escritor Francisco Umbral, colaborador diario de la edición nacional de El Mundo con su columna "Los placeres y los días", que se publicaba en la contraportada del periódico, falleció el martes 28 de agosto de 2007. El "aprendiz" que le sigue de lejos en su ruta sería el propio Kiko Rosique, nacido en Valladolid pero que vivía en Madrid desde finales de 2003. "El don que no quiso darme el cielo" es la forma en que Miguel de Cervantes se refería a la poesía. Las citas de Umbral que aparecen en este artículo están todas extraídas de su novela-testimonio-diario Mortal y rosa. Partidas de ajedrez con la muerte las disputa, para dilucidar si ha de morir o seguir viviendo, el protagonista de El séptimo sello, la obra maestra de Ingmar Bergman. |
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