11 diciembre 2002
El suicidio
 

Hace una semana, nos enteramos de que cada dos días alguien intenta suicidarse en Castilla y León. Suena terrible. Así que, para no espantarnos más de la cuenta, el principal móvil del autocrimen queda delimitado bajo la cabecera lábil y vacua de los “trastornos mentales”.

Nuestra sociedad nunca ha tenido gran estima por los suicidas. Durante largo tiempo después de su muerte, toda una letanía de tópicos absurdos e inhumanos revolotea sobre el finado: que si se volvió loco, que si fue un cobarde, que si no supo hacer frente a las circunstancias. Algún integrista incluso le echará en cara que haya puesto fin a una vida que sólo le había sido asignada en usufructo, y dará por sentado con pleno acuerdo su inmediato ingreso en el Infierno.

En realidad, el suicidio es un gesto de nobleza, de desengaño trágico, de rebeldía. Un aullido de lobo estepario, que comprueba que la vida no siempre es un regalo y le dice bien claro al destino “mira, esto no es lo que me prometiste de pequeño”. El suicida se impone a la inercia, proclama que el hombre no tiene ninguna obligación de ser valiente ni de cumplir con nada. Se le negó el derecho a ser feliz y él, a su vez, declina graciosamente el abusivo deber de ir tirando a toda costa que decretó un dios que nunca se ganó la potestad de darle órdenes.

Desde luego que hay razones para no salirse por la tangente. Para empezar, que la vida da muchas vueltas, y por lo general cuando uno menos se las espera. Y, aunque no las dé, el número de estímulos a los que el ser humano puede llegar a agarrarse para rellenar sus ratos es tan amplio que resulta difícil ahuyentar el vértigo de la nada. La muerte es un cero, eso está claro. Lo que ya no es tan seguro es que no haya vidas que se muevan permanentemente en guarismos negativos.

El suicidio debería ser una opción fácil y cómoda, disponible a un módico precio en establecimientos especializados. Sin tiros en la sien ni tajos en las venas. Una rápida gestión, sin dramatismos, como quien devuelve un billete de tren equivocado o quien descambia unos zapatos que le quedan pequeños. De ese modo dejaríamos de ser tan melindrosos con la muerte, de sobrevalorar la supuesta fortaleza de los que seguimos “porque no queda otro remedio”, y, sobre todo, de escuchar a los petardos pro-vida que entienden ésta como una entidad metafísica a la que hay que rendir pleitesía.

 

 

Referencias y contextualización

Una encuesta publicada en El Mundo de Castilla y León revelaba que, un día de cada dos, un ciudadano trataba de suicidarse en la región. La gran mayoría de los casos se atribuían a los trastornos mentales.

El lobo estepario, de Herman Hesse, tiene en la reflexión acerca del suicidio uno de sus temas fundamentales.

 

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal