7 enero 2009
Enmienda a los propósitos
 

 

Nuestros propósitos de Año Nuevo no muestran la ufana proclamación de autonomía del hombre que exhiben las New Year's Resolutions anglosajonas. Las resonancias lingüísticas del término en castellano nos bajan el listón, nos invocan con un punto de benevolencia, prevén de antemano la disculpa si no somos capaces de llevar a buen término nuestra noble tentativa. Propósito es sinónimo de intención, y ya se sabe que, después de todo, la intención es lo que cuenta.

Será la proverbial e implacable severidad de los protestantes consigo mismos, bastante paradójica si se piensa en la poca importancia que Lutero, más fiel a San Pablo que la tradición vaticana, otorgaba al comportamiento humano en comparación con la gracia divina de la fe. A diferencia de los católicos, ellos no tienen a su disposición un sacramento que les limpie cómoda y automáticamente los pecados cuantas veces sea necesario, renovándoles el alma como quien formatea un disco duro; han de presentarse ante Dios sin filtros ni intermediarios, con sus vergüenzas de acción, pensamiento u omisión impúdicamente al aire. Una responsabilidad tan inmensa tiene que ejercitarles día a día en el difícil arte de no conformarse con albergar meros propósitos de enmienda, y por eso terminan creyéndose capaces de formular nada menos que resoluciones.

Son unos ingenuos. Lo somos nosotros, que caminamos por la modesta senda de las buenas intenciones, así que cuánto más ellos, desbocados por su autopista hacia el infierno de la mala conciencia. Las personas cambiamos continuamente, sin duda, pero lo hacemos de forma imperceptible y nunca al dictado de nuestra propia elección, que exige resultados visibles a corto plazo.

Dejar de fumar, aprender inglés, ir al gimnasio, dominar la ira, ser puntuales. Cada nuevo año encomendamos a nuestra fuerza de voluntad que supere la adicción, la pereza, la falta de tiempo o los impulsos que hasta ahora han impedido nuestra refundación. Por un momento olvidamos que las cartas están dadas desde hace mucho tiempo y que la voluntad es uno más de los naipes; la tenemos o no, la desarrollamos o no, pero independientemente de que nos lo propongamos. Si los factores adversos no cambian y resulta que siempre han sido más poderosos que los favorables, la resta nos seguirá saliendo negativa y nuestros propósitos habrán de ser de nuevo objeto de enmienda. O, como suele suceder, de amable perdón concedido por nuestra sana, irónica y muy juiciosa autocomplacencia.

 

 

 

Referencias y contextualización

Al igual que San Pablo, que retiró a los cristianos la obligación de cumplir con los preceptos de la ley judía porque lo único importante era la gracia de la fe, Lutero sostuvo que la salvación se ganaba con ésta y no por las buenas obras. Además, negó la intermediación de la Iglesia entre Dios y el hombre y por eso eliminó los sacramentos, entre ellos la penitencia.

 

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