14 enero 2009
Franco no era un fascista
 

 

La sonora exclusiva que se ha marcado este periódico al divulgar la correspondencia entre el general Yagüe y Juan de Borbón debe servir para trasladar a los lectores una paradoja que los historiadores tienen bastante asumida pero que suele ignorar o rechazar instintivamente el ciudadano medio, sobre todo si es de izquierdas: Franco no era un fascista. Una de las razones de que tal afirmación resulte cuando menos sospechosa es que los apólogos del general pusieron todo su empeño en destacar que, por esta circunstancia, el régimen no fue totalitario sino “solamente” autoritario. Sin embargo, dicha caracterización no hace al dictador menos dictador ni menos despreciable, sino en todo caso menos idealista, más tosco, cínico y oportunista; un hombre sólo guiado en su comportamiento por la egolatría y el apego al poder. Pero conviene acotar los términos para no confundir los juicios ni extraviar los insultos.

Franco era, ante todo, un soldado disciplinado, conservador y profundamente católico por parte de madre. Como muchos otros militares de los años 20 y 30, despreciaba el sistema parlamentario y a los políticos, tenía como su máximo orgullo el amor incondicional a España y odiaba visceralmente al comunismo. El fascismo de Falange compartía estos rasgos, pero a Franco le traía sin cuidado la concepción global y orgánica de la sociedad y deploraba el afán revolucionario por subvertir la injusticia y la tradición anquilosada que eran seña de identidad de la formación.

El tremendo crecimiento que experimentó Falange después del golpe de Estado convirtió a fascistas y militares en recelosos aliados coyunturales unidos por el enemigo común. Pero, cuando sus éxitos bélicos y ciertas muertes oportunas encumbraron a Franco como líder de los rebeldes, no hizo nada por liberar de su cautiverio y ejecución a José Antonio Primo de Rivera, el único que le habría discutido el puesto. En abril de 1937, neutralizó el elemento doctrinal de Falange, al incorporarla el tradicionalismo de los requetés pese al rechazo de ambas corrientes y proclamarse a sí mismo jefe de la organización. La nueva FET ahuyentó a los militantes vocacionales y consecuentes y, a cambio, sirvió de trampolín hacia los puestos administrativos a los pactistas y los trepas. La Falange se hizo con el poder, pero perdió su esencia y su sentido. En 1942, Ramón Serrano Súñer fue destituido sin haber podido edificar el régimen totalitario con el que soñaba. Ese mismo año, otro fascista, el general Yagüe, jugó a la desesperada la baza de Juan de Borbón.

 

 

 

Referencias y contextualización

El lunes 12, El Mundo publicó una serie de cartas que se intercambiaron el general soriano Juan Yagüe, veterano de la Guerra Civil por el bando franquista, y Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII y heredero del trono español. La correspondencia mostraba cómo Yagüe, decepcionado por el autoritarismo de Franco, sugería al príncipe de Asturias una serie de movimientos para derrocar al dictador. La noticia puede leerse aquí.

 

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