31 diciembre 2008
La clave de dos debates
 

 

Pasarán los años, las legislaturas y las intifadas, y los debates del matrimonio homosexual y el aborto seguirán sin esclarecerse porque las dos partes soslayan la clave del asunto. Las dos. No sólo la que no tiene razón, de la cual podía suponerse que no le conviene limpiar de rastrojos el terreno dialéctico. También la que debiera estar interesada en centrar la discusión y, en vez de hacerlo, se pone estupenda abriendo “periodos de reflexión” cuando todos los argumentos ya están sobre la mesa y no van a cambiar por mucho que se espere, o bien corea tonterías que sonrojan a cualquiera que haya razonado su opinión coincidente.

Por ejemplo, que el matrimonio gay es una ley progresista o una conquista social, y que la Iglesia se opone a él porque está atrasada. Ni las parejas homosexuales son modernas, ni la familia tradicional está anticuada, ni la modernidad o la antigüedad son criterios válidos para autorizar o denegar nada. Lo único que sucede es que, fuera de especulaciones sobre la presunta voluntad de un dios improbable, no hay ninguna razón para impedir que los gays accedan a un contrato civil cuya base es el compromiso mutuo. Ante tal decisión, nada importan el sexo de los cónyuges, el número de gente que saque a la calle la Iglesia en su legítimo intento de escenificar una demostración de fuerza o la solidaridad de grupo (es lo que es, en definitiva, el Día del Orgullo Gay desde que no tiene nada que reivindicar), ni la supervivencia de una institución que ni aunque estuviera en peligro podría anteponerse a la voluntad de los individuos.

Tampoco el aborto es un derecho de las mujeres ni un tema zanjado desde 1985, como dice el Gobierno. Parir no faculta para decidir sobre la vida de otra persona, y es un asunto muy grave para no replantearlo si viene al caso hacerlo. Pero la cuestión es a partir de qué momento el embrión es una persona. La materia cambia constantemente de estado y no todos ellos son lo mismo. Evidentemente, el embrión no es un ser humano cuando consta de dos células, evidentemente lo es cuando nace y en algún estado intermedio no es nada más que un animal susceptible de sufrir dolor físico. Por tanto, habrá que establecer qué es lo que define al ser vivo, al animal y al ser humano, delimitar en consecuencia las fases de la gestación y acordar cuáles son los derechos de cada uno, que han de ser los mismos dentro y fuera del útero; en el embarazo, en la guerra y en las corridas de toros. La conclusión, inevitablemente convencional, tendrá que concretarse en una ley de plazos basada en la delimitación de fases, pues no se trata de defender “la vida” en general, que es un mero concepto, sino a los seres reales que viven, en la medida en que se estipule que hay que proteger a cada tipo de ser.

 

 

 

Referencias y contextualización

El 28 de diciembre, miles de personas asistieron a una misa en la Plaza Colón de Madrid, celebrada por el presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de la capital Antonio María Rouco Varela. La eucaristía, como la edición del año anterior, fue una reivindicación de la familia tradicional entendida al modo cristiano y criticó el matrimonio homosexual, homologado en 2004 por el Gobierno del PSOE, y el aborto, cuya reforma pensaba emprender en 2009 para someterlo a una ley de plazos.

 

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