10 diciembre 2008
Estribillos de la oda a la Constitución
 

 

La versión oficial sobre la Constitución está tan arraigada en nuestro país que apenas es necesario tararear un sucinto estribillo, como hizo Juan Vicente Herrera el sábado, para que todo el mundo reconozca al instante la melodía y se contagie del ritmo trasladándolo a enérgicos asentimientos de cabeza. ¿Acaso alguien dudaba de que, en su 30 aniversario, íbamos a oír de nuevo la cantinela de que a la Carta Magna le debemos el período más largo de paz, libertad y prosperidad que ha disfrutado España? ¿Alguien se figuraba que escucharíamos algo distinto a las consabidas alabanzas al consenso y a la buena voluntad de los políticos? ¿Alguien tenía la mosca detrás de la oreja temiendo que, esta vez, no le iban a regalar el sentido que en ella se aloja felicitándole por ser parte del pueblo español que, con su madurez y sus ansias de democracia, fue el verdadero artífice y protagonista del proceso?

Quienes corean el primer estribillo deben de pensar que la Constitución es un libro mágico, y que las arduas negociaciones palabra por palabra tuvieron el sentido de precisar el texto exacto que hiciera posible la alquimia; si no es por arte de magia, es imposible que un articulado tan breve pueda albergar tamaña potencialidad. Desde perspectivas más contenidas y racionales, habrá que replicar que la libertad viene garantizada por cualquier constitución democrática, la única que podía promulgarse en ese momento en Occidente, y la paz y la prosperidad pueden cobijarse igual bajo una democracia que bajo una dictadura, pues dependen de circunstancias económicas y sociales independientes del sistema político.

El segundo estribillo sobrevalora la fuerza y el margen de maniobra de la oposición. Adolfo Suárez tenía la sartén por el mango, y por tanto fue él quien puso toda la buena voluntad y quien hizo todas las cesiones, allí donde estuvo dispuesto y creyó (con razón o sin ella) que le convenía hacerlas o que no le quedaba otro remedio. El sistema autonómico que Herrera, contaminado por la corrección política y por su propio cargo, considera un “instrumento esencial de progreso”, fue una de las que no eran estrictamente necesarias, y aún nos pasa la factura en costes de disfuncionalidad administrativa y multiplicación de cargos públicos.

Ahora bien, el estribillo más pegadizo y facilón es, sin duda, el tercero. Las lisonjas paternalistas al pueblo español por la serenidad con que afrontó la Transición deberían, para ser coherentes, extenderse a la tranquilidad con la que permitió que la dictadura de Franco durase 40 años. Era el mismo pueblo, y también fue la misma falta de compromiso, o quizás hasta la misma indiferencia.

 

 

 

Referencias y contextualización

El 6 de diciembre se cumplió el 30 aniversario de la aprobación en referéndum de la Constitución. Una reseña de las valoraciones de Juan Vicente Herrera, presidente de la Junta de Castilla y León, puede leerse aquí.

 

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