24 septiembre 2008 |
Euskal Underground |
Había una vez una tierra… en la que un grupo de jóvenes poco sensatos hizo de la insurrección violenta su modo de vida. Al principio la cosa no pasaba de escenificar travesuras ingeniosas en el teatro de los fascistas, y la desproporción de fuerzas agigantaba ante la opinión pública la magnitud de sus pequeños éxitos simbólicos. Pero estalló la guerra, y la causa de la patria irredenta reclamaba líderes carismáticos, peones obedientes, sacrificios heroicos. Los rebeldes se recluyeron en un sótano para escapar de la policía y comenzaron a fabricar armas para la batalla. Un día, en la superficie dejaron de oírse los disparos, pero, cuando el líder de los insurrectos se vio ante la tesitura de contárselo a sus acólitos y reintegrarse en la sociedad, se dio cuenta de que ya no sabía hacer otra cosa ni dar otro valor a su existencia. El lucrativo negocio de las armas y su propia aureola épica, que reverenciaban todos los fieles, se vendrían abajo sin la justificación bélica. Así que les hizo creer que la guerra aún continuaba. La vida en el sótano siguió su curso inmersa en aquella realidad paralela, claustrofóbica y grotesca, donde el tiempo languidecía al ritmo de un reloj que periódicamente se retrasaba hasta la hora en que la lucha armada pareció tener algún sentido. Los niños nacían y crecían en aquella madriguera ajenos a cuanto ocurría fuera, aprendían a llamar ciervos a los caballos sin rechistar a sus mayores, escuchaban continuas maldiciones contra los “cerdos fascistas sanguinarios” que no habían visto nunca y asistían a borracheras patrióticas en las que los presentes jaleaban a los monos que tenían adiestrados para disparar. Carente de horizontes y aire puro, recalentada en su propia ficción, la lógica disparatada de los rebeldes se cobró una víctima más en un actor inofensivo como el brigada segoviano Luis Conde, pero en cuyo uniforme su estrabismo alucinado sólo veía una reencarnación de los soldados nazis. No habría muchas más. Aunque a veces dé la sensación de que estas historias no terminan nunca, no puede estar lejos el día en que el engaño del sótano sea descubierto. Entonces, sus antiguos habitantes tendrán que pedir explicaciones a quienes los retuvieron durante 40 años con la excusa de una guerra inexistente y disculpas a las familias de los hermanos que asesinaron. Me temo que será demasiado tarde. Podremos perdonar, pero jamás olvidar.
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Referencias y contextualización El lunes 22, la banda terrorista ETA asesinó al brigada del ejército Luis Conde de la Cruz, vecino de Segovia, tras colocar un coche bomba en el Patronato Militar Virgen de Santoña. Este artículo es una semblanza de la andadura de ETA basada en el argumento de la película Underground (1995), dirigida por el cineasta serbio Emir Kusturica. En ella, un grupo de guerrilleros balcánicos de la II Guerra Mundial permanece veinte años más en el refugio que se construyeron bajo tierra tras convencerles uno de los protagonistas de que la contienda aún no ha terminado y retrasar periódicamente el reloj mientras se lucra con el tráfico de las armas que fabrican en el sótano. La película comienza con las palabras "Había una vez una tierra..." En una de las escenas, los rebeldes salen a la superficie y asesinan a los actores que ruedan una película sobre soldados nazis al verlos de uniforme. En otra, un mono provoca un gran destrozo en el refugio al subirse a un tanque allí escondido y disparar en mitad de una borrachera colectiva. Cuando se descubre el engaño, el inductor pregunta a uno de los guerrilleros si le perdonará algún día; éste le contesta: "Puedo perdonar, pero jamás olvidar". Otras de las frases emblemáticas del guión son "Estas historias no terminan nunca" "No se sabe lo que es una guerra hasta que un hermano mata a otro hermano".
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