2 noviembre 2005 |
Hacia el mamífero informatizado |
Suele ser mala señal que te consagren un nicho en el nuevo santoral laico de los días internacionales de. Este año, para tenerles un rato presentes, ya hemos felicitado su onomástica a la paz, los refugiados, los pueblos indígenas y los enfermos de Alzheimer, mientras siguen pendientes de aprobación las candidaturas que voluntariosamente presentaron el día del fútbol y el día del capital. En verdad os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja y esas cosas. Con Internet ha ocurrido lo contrario. Es muy probable que usted ni se enterara de que el pasado 25 de octubre se celebró su Día en España, pero más lo es, todavía, que se uniera a la conmemoración sin saberlo, escribiendo algún e-mail, consultando los periódicos digitales o descargándose una peli porno. Ahora, tras la adición de nuestro país a Estados Unidos y Francia, las otras dos grandes potencias republicanas del planeta, es de esperar que más pronto que tarde se institucionalice a nivel mundial la fiesta del invento potencialmente más democrático y, fuera de los hallazgos médicos, también el más decisivo de todos los tiempos. Alguno objetará que esta valoración es puramente subjetiva, que todo depende de las actividades a que se dedique cada cual, y que habrá quien considere mucho más importantes la rueda, el arado romano, la máquina de vapor, la tele donde echan Operación Triunfo o los condones de diferentes sabores. Pero es que apenas acabamos de empezar. No son ya el correo y la información instantáneas, ni el teletrabajo y el comercio electrónico, ni la futura democracia directa, ni la maravillosa macrobiblioteca que está construyendo Google, ni el giro que está dando a las relaciones interpersonales, ni las partidas de videojuegos con usuarios remotos que terminarán sustituyendo a los campeonatos deportivos. Ni siquiera la proclividad al intercambio gratuito que, en un acontecimiento insólito en la Historia de la economía, amenaza con arrinconar al mismísimo mercado por pura ley de la competencia. Es que llegará un día en que todas las actividades intelectuales las haremos virtualmente, en un proceso gradual que culminará cuando aprendamos a sintonizar los ordenadores al cerebro y a hacerlos interactuar con nuestros interlocutores o nuestros compañeros de trabajo. Entonces acaso haya que retomar la idea que propone Samuel Butler en su novela Erewhon y cambiar la categoría taxonómica de la especie humana, catalogándola como “mamífero informatizado” del que su terminal informática es parte consustancial. Como el mismo Butler, ese día habrá quien se rebele contra la desnaturalización del hombre y lamente la pérdida de su dignidad. Pero nuestra única especificidad respecto a los animales es la cultura que trasciende la biología y, qué quieren que les diga, Internet es incomparablemente más honroso que la servidumbre del azar.
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Referencias y contextualización La Asociación de Internautas promovió que el 25 de octubre se declarara el Día de Internet, y a la iniciativa se sumaron 29 asociaciones y federaciones como parte del Comité de Impulso y otras 300 entidades más participaron en alguno de los actos que se organizaron para celebrarlo. España se convertía así en el tercer país que homenajeaba a Internet con un día en el calendario, tras Estados Unidos y Francia, y la Asociación de Internautas manifestó su intención de impulsar que la ONU se uniera a la conmemoración. La alusión irónica a España como potencia republicana se debe a que el 1 de noviembre nació Leonor, la primogénita del Príncipe de Asturias y su mujer Letizia Ortiz. La novela Erewhon (inversión de Nowhere, 'en ningún sitio') es una contrautopía publicada en 1872 por el escritor británico Samuel Butler, muy interesado en el evolucionismo, y que imaginó una sociedad que, en un momento determinado, renuncia a avanzar en su progreso técnico, al pensar que las máquinas, un día, y por una mutación semejante a la que generó la inteligencia en un momento de la evolución de las especies, podrían obtenerla y aniquilar a la especie humana. La corriente que trató de oponerse a la destrucción total de las máquinas sostenía, en cambio, que los utensilios mecánicos eran a su vez resultado de la evolución humana y parte consustancial del hombre, al que definían biológicamente como "mamífero maquinado".
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