16 agosto 2006 |
Idolatría |
Los ídolos nunca devuelven a sus adoradores lo que reciben de ellos. Da igual que hablemos de dioses, santos, reyes del rock, magos del balón, estrellas del celuloide, amores platónicos o mitos de la revolución; ninguna de las majestades humanas, divinas o satánicas compensa ni de lejos el tiempo, el dinero, las fuerzas, las esperanzas y los desvelos que empeñamos en ellos. Con los ídolos nos construimos un universo poético de perfecta belleza y coherencia, pero está condenado a verse frustrado, porque lo único verdaderamente sublime del hombre es la imaginación. Una de las fans de los Rolling a las que entrevistó este periódico en la espléndida cobertura que hizo ayer del Bigger Crash había construido su fábula a partir de un beso que le dio Mick Jagger a los 15 años, y protestaba contra el despecho que le había inyectado la realidad asegurando que los músicos tienen la obligación de querer al público español tanto como éste les quiere a ellos. Nada más lejos de la realidad. Para empezar, nadie tiene obligación de querer a nadie; como mucho, el grupo tendría la de ser profesional, si la laringitis del vocalista no fue real o suficiente para suspender el concierto. Pero además hay una diferencia fundamental: a los Rolling Stones no les hace falta ningún auditorio para dar sentido a su historia, son el sujeto de su propia vida, mientras que los fans precisan de una dosis de sus héroes para saciar la necesidad que les ha creado la idolatría. Sin esa dependencia, la lógica decepción no estallaría en lágrimas, ni la afición musical se habría convertido en una obsesión que justifica venir desde Alemania o Argentina por un concierto de dos horas, gastarse mil euros en el viaje o supeditar el verano a las veleidades de un grupo con un nutrido historial de cancelaciones a sus espaldas. Supongo que todos necesitamos rellenar nuestra vida con algo, pero resulta descorazonador ver que mucha gente tiene que recurrir para ello a un personaje distinto de sí mismo, alguien a quien apenas conoce pero cuyos méritos reales sobredimensiona hasta venerar fruslerías como su foto o su autógrafo. Un intruso que les dé especularmente sentido, una biografía que suplante a la suya propia. Personalmente, confieso que en mi adolescencia me gustó Magic Johnson, el base de Los Ángeles Lakers, quien por cierto cumplió creo que 49 años el lunes negro, y que los Rolling Stones siguen estando entre mis (muchos) grupos de rock favoritos. Pero jamás se me ocurrió comprarme una camiseta del uno ni de los otros, ni emocionarme por sus milagros, llorar en sus repectivos altares o llamarles “dioses”. Ni siquiera aunque, en lo referente a los Rolling, avalen la agudeza de la expresión esos fieles que, todavía no repuestos de la última petición denegada, ya aseguran que volverán a rendirles culto en la próxima eucaristía que convoquen . |
Referencias y contextualización Los Rolling Stones, que iban a tocar en Valladolid la noche del lunes 14 de agosto dentro de su gira mundial A Bigger Band, suspendieron hacia las dos de la tarde el concierto alegando que el vocalista Mick Jagger había contraído una laringitis. Pese a la decepción y el llanto de los fans que se habían acercado expresamente al evento, incluso de países como Alemania o Argentina, algunos de ellos dijeron a los reporteros de El Mundo que seguían considerando a los Rolling "unos dioses" y que volverían a intentar verlos en el próximo concierto. |
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