9 agosto 2006 |
La recepción del cine |
Acaso el sugerente estudio que está realizando Jesús Bermejo sobre las reacciones que experimentan los espectadores cuando ven una película, y cuyas primeras conclusiones expuso el viernes en el Curso veraniego de la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid, pueda formular un día alguna hipótesis que explique los batacazos que, año tras año, se pega en su propio feudo el cine español frente al norteamericano. La goleada de este año se cuantifica, al parecer, en que, de cada diez euros que los espectadores españoles se han dejado en taquilla, sólo uno ha caído en las arcas de una productora nacional. Algo tanto más frustante cuanto que muchos sentimos dolorosamente cercana la opinión del profesor Malcolm Campitello, quien, mismo sitio día antes, comentaba que “se hacen más películas interesantes en España que en Estados Unidos”. O la del director Antonio Hernández, que, el domingo en estas páginas, denunciaba con expresión extraordinariamente nítida que el cine americano de ahora “está perdiendo la compostura”. El enfoque con el que Bermejo se está acercando al cine tiene ya una vieja tradición a sus espaldas en su aplicación a la literatura. La Teoría o Estética de la Recepción, una corriente surgida en la línea del Existencialismo alemán y la Hermenéutica, alcanzó su apogeo en la década de los 80, gracias a postulados tan originales como que la obra literaria no lo es en sí misma sino en el momento en que es leída, que no la compone el autor sino el lector al rellenar con sus preguntas, anticipaciones e interpretaciones el boceto de pistas y referencias que aquél le propone, y que las Historias de la Literatura no deberían escribirse como sucesión de obras y autores sino de las lecturas que se han hecho de unas y otros a través del tiempo. Naturalmente, este planteamiento, que cede toda la autoridad al receptor, invalida cualquier intento de enjuiciar las obras en sí mismas, de distinguir entre películas buenas y malas y de establecer una jerarquía entre las “categorías distintas de espectadores” de las que hablaba Bermejo. Si se diera por válido, los puristas y elitistas tendríamos que agachar la cerviz y aceptar que no podemos demostrar objetivamente que la reacción que produce en el espectador la enésima pelea gratuita del último churro de Hollywood es menos “elevada” que la que inspira una obra maestra. Eso sí, al menos nos quedaría el consuelo de poder considerar probado que se trata de dos reacciones distintas, y que no se puede llamar cine simultáneamente a las dos cosas.
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Referencias y contextualización El dato de que de cada diez euros que los españoles habían dejado en la taquilla de los cines sólo uno correspondía a película españolas se había conocido el día anterior a la publicación de este artículo. La idea de que no se puede llamar cine a todas las películas se desarrolla en "Una necesaria distinción conceptual". |
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