9 julio 2003
La baraja
 

La arquetípica imagen del Destino como tahúr implacable repartiendo cartas para todos. As de copas, Dos de copas. No es que a cada uno se nos otorgue un solo naipe en el que se halle prefigurado nuestro futuro, pero sí que las experiencias y los aprendizajes se van amontonando en el mazo de nuestra vida, haciéndonos. Cinco de copas, Seis de copas. Y que el azar va modelando con la paciencia y el sigilo de la erosión del agua unas formas tan difusas y vacilantes que únicamente podemos tomar conciencia de ellas cuando el proceso ha terminado. Caballo de copas, Rey de copas. Alfredo Galán, solitario completo.

Elegimos dando tumbos, sin ensayo previo y sin sospecha de qué circunstancias van a interactuar con nuestra elección, de cuál será el resultado de la confluencia ni de cómo repercutirá éste en nuestra evolución psíquica. Nos decantamos por la opción que más beneficiosa nos resulta en cada momento en base a un criterio de sensatez, de ambición, de placer o de filantropía, pero no sabemos por qué esa opción se nos aparece como tal, ni por qué un criterio se nos antoja definitivamente más insoslayable que otro. Vamos acumulando cartas al azar y ni siquiera podemos jugar con ellas, porque de hecho no somos nada más que el conjunto de esas cartas.

No deja de ser curioso que, aunque todo el mundo acepte ciertos acontecimientos o situaciones como condicionantes de una determinada conducta, nadie se muestre dispuesto a considerar la suma de esos condicionantes como determinación total. Se nos hace imprescindible suponer un último resquicio de libertad que nos permita sentirnos personas. Pero ese resquicio es metafísica, al menos mientras nadie encuentre una región del cerebro que no se componga de neuronas y no esté sometida a las leyes de la química. Sólo entonces el ser humano será un sujeto y no un objeto; sólo entonces actuaremos sobre la vida y no será la vida la que sucede en nosotros.

El terrorífico panorama de un mundo en el que combaten en libertad motivaciones y pulsiones opuestas, sólo algunas de ellas pueden encauzarse dentro del orden jurídico y social y carece de sentido el laxante de los conceptos de culpa y responsabilidad. Ahora que nuestra época ha inventado la jugada del asesinato en serie, habrá más bazas de naipes que estén bien dotadas para ponerla en práctica. Faltan millones de cartas por repartir. Una podría ser la mía. O podría ser la tuya.


 

Referencias y contextualización

El 3 de julio, Alfredo Galán, de 26 años, se entregó en la comisaría de Puertollano (Ciudad Real) autoinculpándose de los crímenes del asesino de la baraja, llamados así porque su autor solía dejar una carta del palo de copas de la baraja española junto a su víctima, en sentido creciente: empezó por el as y llegó hasta el cuatro, aunque se le imputaban otros dos asesinatos.

 

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