16 julio 2003 |
Cine de verano |
El periodista más encantadoramente viperino de la televisión, Antonio Gasset, rubricó uno de los últimos programas de Días de cine advirtiendo a los espectadores, con esa sorna pausada y aristocrática que le caracteriza: “Y, para estas fechas, recordad que siempre es más interesante leer un buen libro que ir a ver una de esas películas infumables que nos invaden en verano... y en cualquier otra época del año”. Al margen de la admiración que me inspiren el personaje y el hecho de que con semejantes lindezas se mantenga al frente de un espacio dedicado precisamente a la presentación de las novedades de cartelera, sobreviviendo al gato-policía asesinado el otro día en Rusia por la mafia del narcotráfico en un despiadado ajuste de cuentas, habría que puntualizar (por una vez y sin que sirva de precedente, con solemne orgullo patrio) que esto no es así en Valladolid. Todo lo contrario. En verano, Valladolid, gracias a la sala 10 de los Broadway y al ciclo de la Fundación Municipal de Cultura en el Patio de la Hospedería, se convierte en la ciudad cinéfila que dice ser y no es en el resto del año; mantiene una programación continuada a la altura de la Seminci y del Museo que viene; contempla la colaboración indirecta entre lo público y lo privado para aunar cultura y ocio a precios asequibles y compensa la falta de otros elementos de atracción como el mar, la montaña o los parques de atracciones. Una pista para indicar por dónde se podría orientar el potencial turístico de esta ciudad también durante el invierno. Siguen siendo dos oasis: quince de las veinte películas actualmente en cartelera son productos comerciales de Hollywood. Sabe Dios que no es antiamericanismo lo que me lleva a fijarme en este dato (americanos eran los dos filmes con los que inauguró la Fundación Municipal de Cultura su ciclo este año, y también la deliciosa Noche en la tierra, proyectada en el Broadway y ahora en Manhattan), sino la impresión que debió de impulsar a Woody Allen a denunciar que las películas en Hollywood se hacen hoy “para niños de entre once y doce años”. Como no es de esperar que ésta sea la edad mental de todos los que acuden a verlas, deduzco que, cuando la gente rechaza con pavor “las pelis raras ésas del Casablanca o la Seminci”, es porque tienen miedo de encontrarse con un engendro inaprehensible. El cine de verano en los Broadway y el Patio de la Hospedería es una ocasión propicia para que se vayan desengañando.
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Referencias y contextualización El "Museo que viene" es el Museo del Cine que se proyecta construir en la capital vallisoletana. La reclamación de que esa supuesta cinefilia de la que presume Valladolid no se limite a la Semana Internacional de Cine (Seminci) se haga real a lo largo de todo el año con una cartelera no sujeta al monopolio de las distribuidoras norteamericanas, en la que se impliquen los poderes públicos para subvencionar a aquellas salas que apuesten por un cine de calidad no tan taquillero, es una reivindicación recurrente de Kiko Rosique (ver "Capital y colonia del cine" o "Aquí no hay playa (II)". Sobre la edición de 2002 de los ciclos veraniegos de la Fundación Municipal de Cultura y los cines Broadway, ver "Deténte, ¡eres tan bello...!". |
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