24 diciembre 2008
Resaca del macrobotellón universitario
 

 

A las instituciones les cuesta poner trabas a los excesos que cometen los jóvenes mientras se divierten. Ocurre desde tiempos inmemoriales con las fiestas patronales, desde la década de los 80 con las noches del fin de semana y en los últimos años con el más reciente (que no más moderno) fenómeno del botellón, macrobotellón o cualquier otro nombre con prefijo aumentativo que se quiera acuñar para hacer justicia a la magnitud de la tontería.

“Somos jóvenes, tenemos derecho a divertirnos”, se justifican ellos, y, ante un argumento así de caprichoso en todos los sentidos, parece que no cabe réplica alguna. “Pobrecitos, déjalos, están en la edad de pasárselo bien”, terminan concediendo los adultos, con un deje de pudor por no ser siempre capaces de comprender a la primera las necesidades biológicas de sus alevines e incurrir en el imperdonable egoísmo de poner por delante su propio derecho a la tranquilidad.

Ahora, la Universidad de Valladolid quiere hacer frente a las concentraciones etílicas en el campus, pero, lejos de prohibirlas sin más, se congratula de que los estudiantes tengan el detalle de empezar a considerarlas un problema y se propone llegar a una solución “entre todos”. Es decir, que, si se ha impuesto en la juventud la costumbre de reunirse en manada en los aledaños de las facultades, abrevarse de los cachis y las litronas y dejar el terreno incapacitado para que vuelva a crecer la hierba, no queda más remedio que aceptarlo como un hecho cultural inamovible y negociar con los vándalos a ver cómo se podrían mitigar los daños. Pues menos mal que la moda, por el momento, es sólo hacer botellón y no irse de ruta urbana incendiando papeleras, pinchando las ruedas de los coches o masturbándose encima de los viandantes.

La juventud se lo ha pasado bien en todas las épocas y todos los países, pero sólo la española de los últimos años lo hace recurriendo a las borracheras masivas en la calle. Las fiestas cortesanas, los carnavales, los guateques o las discotecas (adonde, por cierto, siguen acudiendo después quienes afirman que hacen botellón por el alto precio de las copas) fomentaban con igual eficacia las relaciones sociales y el cortejo entre los jóvenes, y nadie echaba de menos otras opciones. Por eso, prohibir el botellón no hipotecaría la diversión de la juventud, sólo obligaría a canalizarla por vías respetuosas con su entorno y sus conciudadanos. Ademas, siempre será una alternativa menos drástica que construir un botellódromo donde congregar a todos los borrachos… y, una vez dentro, abrir la espita del zyklon-B.

 

 

 

Referencias y contextualización

A la vista de los destrozos provocados por el macrobotellón celebrado en los exteriores de la Escuela de Económicas de la Universidad de Valladolid el 21 de diciembre, las autoridades académicas se proponían estudiar para el año entrante la forma de reducir los daños que producen estas actividades, aunque siempre en contacto con los estudiantes para buscar una solución "entre todos". El zyklon-B era el gas con el que los nazis exterminaban a los judíos en los campos de concentración.

 

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