4 julio 2001 |
La Controversia de Valladolid |
No es cuestión de blandir el entorchado patriótico y adoptar ese ridículo comportamiento provinciano que se congratula de valorar lo nuestro, de amar y defender la cultura propia en vez de salir a descubrir la ajena. Pero sí de que los vallisoletanos podamos saborear el acontecimiento más relevante que ha aportado Valladolid a la Historia de Occidente, y quizá (¿es esto una utopía en España?) asimilar las consecuencias teóricas que se desprenden de él y entroncan directamente con algunos de los temas dominantes del paradigma filosófico de nuestro tiempo. La representación por Rayuela del debate de 1550 entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, sobre el texto deliciosamente ecuánime de Jean-Claude Carrière (guionista de Belle de Jour, El discreto encanto de la burguesía, Ese oscuro objeto del deseo y El tambor de hojalata, para más señas) y bajo el hechizo vertiginoso del mismo escenario en el que en realidad sucedieron los hechos, podría haber sido el acontecimiento teatral del año. Un incontrovertible acierto de los responsables de la gestión municipal de cultura. La Controversia de Valladolid supuso un hito (con escasas secuelas, la verdad) en la historia de la relación de Occidente con el Otro; la actitud de Las Casas, un intento asombrosamente moderno de interpretar a ese Otro a partir de sus propios presupuestos culturales y no del imperialismo de un paradigma pretendidamente universal. Historiadores europeos colocan al dominico a la altura de Erasmo y Tomás Moro y como un precedente de Rousseau. Su obra fue traducida inmediatamente al inglés, al francés, al alemán, al italiano y al flamenco. El norteamericano Lewis Hanke decía que, con la Controversia, “por primera y sin duda por última vez, una nación colonizadora organizó una investigación formal sobre la justicia de los métodos utilizados para extender su imperio”. Lo decisivo no es que Las Casas conceda la condición humana al indio por caridad cristiana, sino que lo haga comprendiendo que el etnocéntrico criterio vigente para definir esa condición no era el único válido. En el siglo XX, a Occidente se le resquebrajaron todas sus certezas; en el XXI, tendrá que enfrentarse al desafío cultural de los inmigrantes, pero todavía se pregunta qué derechos se merecen y qué condiciones han de cumplir a cambio para ser admitidos en el colectivo. Dos cuestiones que siempre se ha planteado todo aquél que se arroga el derecho de definir al Otro.
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Referencias y contextualización La Controversia de Valladolid, puesta en escena esta semana por la compañía teatral Rayuela sobre el texto del dramaturgo y guionista de cine Jean-Claude Carriére, es el nombre que se dio al debate que en 1550 tuvo lugar en el Palacio de Santa Cruz de la capital castellana para dilucidar si los indios de América tenían o no alma. Lo dirimieron dos de los teólogos más reputados del momento, Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas; el primero defendiendo que los indios no tenían alma y por lo tanto no merecían trato humano y el segundo abogando por lo contrario. Sepúlveda incidió en las diferencias que separaban a los indios de los racionales europeos, intentando poner de manifiesto que su comportamiento se acercaba más al de los animales. De las Casas, por contra, entendía que, para que un ser humano pudiera ser definido como tal, no tenía que ajustarse al patrón establecido por los europeos. Su encendida defensa de la condición humana de los habitantes de la América que estaba siendo conquistada fue decisiva para que las Nuevas Leyes de Indias delimitaran los abusos a los que podían ser sometidos por parte de los colonos. En 2001, algunos de los temas que focalizaban el debate social sobre la inmigración en España eran si debía concedérseles el derecho al voto y si debía exigírseles que se adaptaran estrictamente a la cultura que les acoge. Filosóficamente, la teoría postcolonial es uno de los puntos de discusión candentes del último cuarto del siglo XX (al menos en los países y en los ámbitos donde se reflexiona sobre estas cuestiones, que no es el caso de España ni de sus universidades). Plantea a grandes rasgos la superación del eurocentrismo dominante hasta nuestros días. |
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