8 octubre 2003 |
La hoja roja |
Es un desafío que urge una solución que deje de soliviantarnos, y la única forma es que ya la demos por sentada. Eduardo Gordaliza lo trajo ayer a su encuesta: “¿Llevaría a sus padres a una residencia de ancianos?”. Los interpelados coincidían en señalar el contraste generacional al abordarlo, con la incorporación de los dos cónyuges al mercado laboral. Antes era diferente. Hoy en día, si apenas hay tiempo para atender a los hijos, ¿cómo va a quedar algo para los ancianos? La única jubilada decía que, muy a pesar, tenía asumido lo de la residencia, y los dos más jóvenes rezuman escepticismo en los propios escrúpulos que declaran tener a plantearse el tema. ¿Todo inevitable? Bueno, la línea entre la carga imposible de sobrellevar y la carga que no se sobrelleva por comodidad es tan delgada que uno la puede traspasar sin el menor remordimiento. Una sociedad sólo considera inasumibles las tareas que no estima obligatorias; nadie se plantea por ejemplo si puede ocuparse o no de sus hijos. Pero, por otra parte, tampoco es un delito ni una ofensa a nadie decir que donde mejor están los niños a lo largo del día es en el colegio. Nuestro mundo ya no considera un deber atender a los mayores, pero la residencia aún es vista como una imperdonable muestra de ingratitud. Ellos hacen suya la pátina moral con que abrillantamos nuestro discurso oficial y en consecuencia juzgan un ultraje lo que les depara la cruda realidad. Leen su deterioro en los ojos que los miran y la falta de ilusiones por delante se convierte en sobrepeso de reproches y sacrificios no compensados por detrás. A su inapetencia química por las relaciones sociales se añade el que, a diferencia de los jóvenes, no hay nada que les puedan ofrecer otros ancianos que no encuentren con más placer en sus propios familiares. La vejez es una humillación para el ser humano. Uno puede haber sido la persona más arrolladora del mundo, que la última imagen que dejará en sus conocidos será igualmente la de un ser decrépito, irrelevante e infantilizado, y a lo más a lo que podrá aspirar será a “llegar bien de salud” y a recaudar conmiseración y palmaditas en la espalda. No es justo y no merece la pena. Hacerse mayor tendría sentido en una de esas sociedades que conceden a los ancianos una reverencialidad casi divina y los convierten en líderes espirituales. Puesto que eso no ocurre en Occidente, habría que hacer apetecibles las residencias como lugar de reunión y dejarse de incongruencias morales. Si, como por otro lado sería de esperar, no se consiguiera nada, a mí ya sólo se me ocurre el derecho a la eutanasia activa con todas las facilidades.
|
Referencias y contextualización La hoja roja es la metáfora de la vejez que sirve de título a una novela de Miguel Delibes. Alude al papel de ese color que señalaba en las antiguas cajetillas de tabaco que se habían acabado todos los cigarrillos. Eduardo Gordaliza es periodista de Diario de Valladolid. Todos los días, en la página 2, publica "La encuesta", que reproduce las respuestas que le han dado cuatro ciudadanos vallisoletanos a una pregunta común sobre un tema de actualidad. El 7 de octubre, la pregunta fue "¿Llevaría a sus padres a una residencia de ancianos?" |
|