15 octubre 2003 |
Las otras anorexias |
No me gustaría que este artículo se entendiera como una banalización de la anorexia, que, de acuerdo con el reportaje del lunes, padecen ya el 6% de las adolescentes de Valladolid. Hoy en día, a nadie se le ocurriría descalificar este trauma como un caprichito de niñas pijas que no tienen más problema que su aspecto externo, y sólo le negarían la categoría de enfermedad aquéllos que, guiados por la inercia platónico-cristiana, se empeñaran en distinguir entre verdaderos males del cuerpo y vacuas veleidades mentales fácilmente subsanables con un leve acopio de sensatez o fuerza de voluntad. Aquéllos que siguen sin caer en la cuenta de que las neuronas son también células físicas, vamos. Pero lo paradójico del asunto es que, si la anorexia cuenta ya con la concienciación social que merece, ello se debe a los devastadores efectos que los desajustes alimentarios llegan a causar en el cuerpo de las enfermas; no a una comprensión cabal de las “enfermedades sociales” que asuma que, por desgracia, hay mucha gente que casualmente ha sido mal equipada para cumplir con los criterios casualmente imperantes en el mundo que casualmente le ha tocado vivir. Uno de esos criterios es, en la actualidad, el de la belleza física de corte casi andrógino, pero hay muchos otros: el del éxito, el de la sociabilidad, el de la naturalidad… Y, sin embargo, mientras que aceptamos que la anorexia es una enfermedad, juzgamos el fracaso escolar o profesional como una irresponsabilidad, el talante esquivo como una rareza o una antipatía y las operaciones de cirugía plástica o de cambio de sexo como una frivolidad o una depravación. A este respecto, carece de relevancia el que muchas anoréxicas se crean gordas sin estarlo, pues esto es debido a la neurosis y no a que tengan un espejo cóncavo en la retina; también los fracasados se ven mucho más fracasados de lo que son en realidad. Asimismo, el que en casos extremos la anorexia pueda derivar en la muerte de la enferma no es, fuera de tópicos, más grave que el que cualquier otro inadaptado viva su vida entera sin posibilidad de ser feliz. Las enfermedades sociales deberían ser consideradas, sin excepción, enfermedades “biológicas” con todas las consecuencias, porque la somatización de las relaciones interpersonales también se almacena en una parte material del cuerpo, el cerebro, y desde ese momento escapa absolutamente a nuestro control.
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Referencias y contextualización Un reportaje publicado el 13 de octubre en Diario de Valladolid aseguraba que el 6% de las adolescentes vallisoletanas padecían anorexia. |
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